La novela es esta casa deshabitada junto a un motor que servía para mover el agua por las acequias que la llevaban a los naranjos
Es la historia de esta casa que seguramente, si la escribiera, la contaría la propia casa en persona explicando sus más de cien años en donde ha visto pasar muchas cosas, desde los primeros naranjos con acequias casi árabes que llevaban turbantes encima, a la creación del motor que tiene a su lado para mecanizar ese agua y darle más fuerza.
Una casa en medio del marjal, un espacio extraño, inaudito, que hace millones de años fue un lago y luego una albufera y más tarde un lago salobre en donde todavía se cultiva el arroz y, mucho después, en las orillas del pueblo, estas zonas de cítricos que se engalanan con sus con sus frutos cercana a la Navidad, como si se convirtiera el campo en una especie de plantación de árboles de Navidad.
Todo eso habrá que contar, pero sobre todo habría que pensar en las personas que vivieron allí en todas sus miserias y tragedias, pues fueron estas las que más hubieron, desde niños muertos muy temprano a otros con problemas mentales; ruinosas e inundaciones y huracanes que le removieron los árboles o simple guerras como la segunda la Guerra civil española (probablemente haya recibido algún tiro al final de la misma cuando esto se convirtió en el último trocito del pastel que Franco se quería comer de una sola sentada)
Junto a esta casa hay otras que se han ido reconvirtiendo en casas de veraneo con una pequeña huerta con sus propios naranjos en donde la arquitectura se ha remozado y se ha cambiado para el placer, no para el trabajo
Algunas se han convertido casi en monumentos industriales que los guiris que van en bicicleta y a veces huelen bien visitan con cara arrobada y hacen mucha fotografías con sus móviles de última generación.
Esta, por ejemplo, podría serlo
Una bella casa en la que le han terminado por quitar el alma y la han convertido en otra cosa mucho más bella pero por supuesto pero sin ningún fantasma
En la nuestra, seguro que hay espíritus y muchísima vida depositada en el polvo de las esquinas más allá de la chimenea en donde ardería la leña de naranjo o la parrilla de fuera donde se harían paellas
Estas casas se encuentra en Orba pero no es la Orba real sino en la Orba que escribió un Chirbes pensando en otro pueblo en su libro en la orilla. Un pueblo del desencanto, de la tristeza de la vida dura, de los odios, como son gran parte de sus pueblos y como es gran parte de este paisaje levantino tan lleno de sol como de miedo.
Un miedo hecho de esclavitud del sol en canículas asombrosas y vientos desnortados que arrancan las naranjas y las lanzan por los aires; de lluvias apocalípticas durante el otoño y un invierno muy suave, con una luz de ensueño.
Por eso escribir una novela sobre esta casa y todas las cosas que trae consigo, desde los distintos ríos secos y las ramblas de piedra en donde crecen ahora las adelfas y los hibiscus.
De los caminos hechos de cemento y llenos de rajas por donde los coches se mueven para ir a las fincas cada mañana y los veraneantes pasean con su palito humano y un sombrerito puesto para no insolarse
La novela tendría que hablar sobre todo de las montañas y de todos los incendios que han contemplado hasta quedarse totalmente en sus huesos grises que son adornados por tomillos y por aliagas, del mar que se encuentra muy cercano y que algunos días ruge de tal manera que hasta los naranjos lo escuchan y tiemblan
¿Os parece poco todo lo que habría que contar desde esta casa?
y por qué nunca la tendré que escribir, pues para hacerlo tendría que escribir ineludiblemente de la historia de mi padre y de mis abuelos, y de naranjos y arrozales y huertas, de franquismos, guerras y carlistas que andaban por estas montañas.
Una historia de odios y amores, de pasiones en la primavera donde revienta el azahar en estas planicies y lo revuelve todo; de venganzas por lindes, de matrimonios ventajosos y otros que conducen a la ruina; de honores que las familias tienen que conservar aunque eso traiga la muerte pues si no desaparecerá todo el clan.
No me comprenden, no me comprenden
Yo durante cada verano pasomuchas tardes por delante de esta casa y de su fábrica de agua y pienso en estas cosas y que tal vez esto, en unas cuantas décadas, se haya secado todo por el cambio climático o desaparecido los frutos porque ya no se coman o vengan de otro sitio y solo tengamos un monocultivo de turistas plantados en las riberas de los ríos y las acequias que arreglaremos con aguas de azahares y peinaremos para que no les desprenda el viento hasta que florezcan bellos y hermosos para hacer fotos por el mundo y tomar paellas protestando porque está pegado la parte de abajo y se quema un poco.
Me gusta hacerlo cuando cae el sol y se empieza a esconder detrás de las montañas y los colores vuelven a reaparecer después del fulgor de la luz del verano que lo quema todo y lo vuelve todo plano, casi estéril; me gusta pasear por aquí y cuando me alejo lo suficiente, ver el pueblo a lo lejos entre los naranjos y la montañas y observar su torre de la iglesia que parece la de una mezquita, la que una vez probablemente estuvo aquí y quizás dentro de unos años la migración marroquí y la vuelva a reconvertir, pues la historia avanza con grandes y sorprendentes saltos que nunca terminamos de entender del todo
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