miércoles, 18 de abril de 2018

MONEO. MUSEO DE ARTE ROMANO DE MÉRIDA


A mi juicio es la obra maestra (tan temprana) del arquitecto.
Curiosamente fue su primera incursión en varios campos: la arquitectura de la historia, el museo, el respeto al entorno... que supo solucionar con una eficacia y exquisitez maravillosa, convirtiéndose en una de la grandes arquitecturas modernas españolas,

El Museo planteaba una serie de retos considerables.
Por una parte se encontraba en un terreno en el que se habían encontrado restos romanos que había que salvaguardar, por otra parte había que realizar una construcción representativa que, además, fuera práctica para su función expositiva.

Para ello, Moneo planteó (en una manera que se relacionaba íntimamente con Venturi y Aldo Rossi) una arquitectura que se acercara al mundo romano sin recurrir al pastiche historicista. Un mundo romano posmoderno que fuera clásico y a la vez contemporáneo.
Para ello ideó la gran sala central del museo, realizada en ladrillo (como ya había utilizado en el Edificio Bankinter, con piezas con cazoleta superior las que depositar el cemento creando así la sensación de ladrillos a hueso, como un paramento continuo) que servía como encofrado para el hormigón (una técnica típicamente romana, el famoso opus caementitium).
Esta se componía por múltiples paredes paralelas que generaban zonas de exposición en sus laterales y se abrían a la parte central por medio de arcos de medio punto.

Estos tenían la misma dimensión que el de Trajano de la ciudad y, con su colocación consecutiva, generaban un falso abovedamiento central que, sin embargo, escondía tras ello lucernas cenitales que iluminan la sala.

La sensación es la de una gran basílica, pero también la de los dormitorios cistercienses, las atarazanas o las grandes iglesias mendicantes de arcos diafragmas. Un monumental pero mesurado espacio que se vuelve solemne y propagandístico desde la rampa de acceso.

Frente a esta visión, las múltiples naves que se abren a ambos lados del pasillo central (a menudo se ha hablado de la Mezquita de Córdoba en su distribución en anchura enjarjadas en un gran eje en profundidad que nos llevaría al mirab) sirven para la colocación de las piezas, creando ámbitos privados dentro del conjunto, sin necesidad de puertas (tan sólo bajando su techo), con un espacio que el espectador va creando en sus movimientos para pasar de lo monumental a lo íntimo sin ningún esfuerzo mental ni visual.

En la zona izquierda, estos espacios se multiplican al crearse dos pasarelas que las atraviesan en altura, creando ámbitos aún más reducidos para las piezas de menor tamaño que, además, permiten la visión en altura de los grandes mosaicos de la zona baja, permitiendo una contemplación ideal de los mismos. 


Otra de las funciones de estas pasarelas es una de las obsesiones del arquitecto: el control y encauzamiento de los flujos de visitantes que visitan el museo como si de un ameno paseo se tratase, siguiendo un sentido sugerido por los pasillos y pudiendo entrar y detenerse en las salas que deseen, sin necesidad de atravesarlas todas, como mucho más tarde realizará en otro de sus grandes museos, el Thyssen)

Por si todo esto no fuera poco, Moneo creó en la zona baja un sótano que sirviera para salvaguardar las ruinas encontradas, con unos soportes sumamente adelgazados que permitieran su conservación y un piso de albero que las naturalizase.

 Unas se encuentran bajo el gran edificio central, otras al aire libre (como la calzada), uniéndose (como la parte superior) por medio de una pasarela de cristal.


Al exterior, Moneo jugó con dos sensaciones.

Mientras el primer edificio (entrada), se construye como un edificio de viviendas (pues en el fondo tiene una gran parte dedicada a oficinas y zonas de almacén y servicios), con un gran arco de medio punto ciego (al modo de los arcos de descarga romano) con nicho central y gran dintel de mármol inferior que, en lo estético, es todo un homenaje a Rossi.

La gran sala se cierra, sin embargo, de manera casi industrial, por medio de largos muros con lucernarios superiores y contrafuertes que puntean la superficie, articulándola. Una estructura de esencia romana, relacionada con las grandes construcciones imperiales sin necesidad de copiarlas, tan sólo por medio de las sensaciones





























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