miércoles, 16 de julio de 2025

EN DIRECTO. Luz hecha agua.

Ahora que estamos los dos solos en medio de la noche, unidos tan sólo por las ondas, escúchame.

Haz el favor e imagina  Sentado al borde de la bahía.

Ottis era nuevo, y Vangelis en su Blade Runner, y Bowie y los falsamente alegres Pet Shop Boys, pero no Oldflied, ni el hotel California de tus orgasmos más sentidos, cuando te hablaba por dentro tuyo y casi eran palabras de dulce épica las que tú escuchabas. No lo eran ni el Barry Wait de voz suspirada, ni las baladas de Scorpions de cuando éramos heavys, ni Roxanne de the Police o ll stand by you de Pretenders, ni, por supuesto, el Let it be de los Beatles.

Te puse un auricular y me tumbé a tu lado en aquel rincón junto a los … (fresnos, yo creo que eran fresnos).  

En aquella burbuja de sombra fresca nos escondimos del calor radiante del mediodía a escuchar esa música que eran pequeños trocitos de vidrio con felicidades dentro, y tú cerraste los ojos para que yo pudiera mirarte más allá de tus pupilas atardecidas. Te fuiste haciendo un ovillo sin sueño mientras a nuestro alrededor se extendía un lago de calor que acuchillaban las chicharras, y el frío sonido del agua lamía las piedras como yo repasaba el mapa de los lugares permitidos de tu piel en un punto enrojecida que

(¿Recuerdas?

Te quemaste y durante unos días solo podía tocarte en sueños)

 Un cuento que hablaba de puras sensaciones. Sensualidad, aunque la ese al final se convirtiera en equis durante aquel día en la Pedriza: no había otra posibilidad ante tu cuerpo de milagro, el movimiento infantil de tu alta coleta sobre el aire que te rodeaba y el olor a frío del agua transparente de la poza.

Unas aguas gélidas que parecían rajar las piedras del fondo con el bamboleo de sus telarañas de luz.

Eso o la deliciosa y suave curva de tu vientre que me hacía pensar en cosas impensables por definitivas.

El olor a pinos que fue creciendo según pasaba el día y nuestra piel que se iba poco a poco agrietando de sol y viento, encendiéndose como una antorcha hasta que terminé masturbándote bajo la tierna castidad de una toalla del pato Donald, tan roja como tus deseos.

- ¿Y tú? – me dijiste.

- Lo mío va a ser demasiado cantoso. Mejor lo dejamos para mañana y te cobro doble.

Y tú enrojeciste un poco, como siempre, pues los años pasados no habían conseguido limar esos conflictos que siempre tuviste entre el sexo y las palabras, en realidad que tuvimos todos más allá de las reuniones de amigotes, pues pese a todos los años ya pasados seguíamos todavía jugando a policías y ladrones con los largos tabúes que nos habían grabado a fuego dentro.

 

Aquel día fue así, con el aroma de la resina de las jaras como una presencia casi humana y el agua verde de aquella poza solitaria como tus ojos entornados por la luz mientras nos secábamos sobre las largas losas de granito y su peculiar olor al calentarse; un infierno de bolsillo bajo el sol del mediodía. El cuarzo brillante y la piel mojada, aún entumecida, hecha un escalofrío por el juego del sol radiante y la brisa fina de la montaña, mientras el río seguía su vida de aguas deslizadas y hacía pequeños saltos y trenzados, pintando un cuadro de brillos y transparencias.

Aquel día nos bañamos juntos como nunca volveríamos a hacer, ateridos en las aguas de hielo, riendo y tiritando al mismo tiempo, y eras tan bella  cincelada en agua, hecha ondas bajo ella, con pinceladas del amarillo de tu bikini y el rojo de tus uñas, que hubiera dado un mundo por haberte conservado así para siempre y no en el pálido reflejo de las palabras,

pues siempre faltan adjetivos y ahora más que nunca,

Todas las noches son insuficientes para contar lo importante y necesario.


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