miércoles, 15 de julio de 2020

De otros lados. Aquellas praderas azuless. CIPRIÁN. ESCRIBIENDO


DALE AL PLAY COMO SI FUERA LUIS Y DÉJATE LLEVAR POR LA MÚSICA QUE ME ACOMPAÑÓ EN LAS Largas noches de ESCRITURA de mi primera novela.





Noches insomnes hasta que el amanecer te sorprendía con toda la tristeza de su luz sucia que volvía blandos los objetos mientras les borraba toda la magia (o el terror) que la madrugada había puesto sobre ellos, como si fuera un segundo rocío. 
Sólo entonces, cuando el mundo se volvía confuso y la claridad barría sueños y deseos, apagaba la música y dejaba de escribir, hasta la noche siguiente. 
Pasaba entonces el día, disimulando que vivía cuando en verdad era todo lo contrario. Dormía hasta casi el mediodía, malcomía los restos de la cena y pasaba la tarde en el sopor de julio y agosto, embarcado en el sofá como en una balsa de náufrago frente a la televisión que hablaba lentamente de cosas incomprensibles que a mí no me interesaban, pues yo seguía, hora tras hora, encerrado en mi novela, aquella que se parece tanto al amor verdadero de la primera relación, al único de veras cierto y, 

(mientras comía, cuando paseaba un rato al caer la tarde o, simplemente, meaba)

vivía en el tiempo (mucho más auténtico y feroz) de mis personajes que deambulaban por el mundo mientras yo me hacía una plato de pasta y un gazpacho para cenar, cada vez más inquieto según aparecía la noche y los ruidos de las casas, unas horas después, se iban apagando en las cocinas de cacharros que se lavan, de grifos y retretes, de algún polvo despacioso que esquivara el calor.
Así hasta que acaba todo y la madrugada sonaba a grandes aspas girando lentamente, a peleas de perros huérfanos en los descampados. 

Cuando terminaba, colocaba una cinta de música en el casete que el propio Luis, mucho antes de dedicarse a la radio, nos hacía sin otro motivo que la pura amistad y, antes, el amor.

En esas cintas, siempre de noventa, se mezclaban sus canciones fetiches con otras dedicadas al propio regalado, como esta de Pink Floyd que siempre me pareció la música nocturna más intensa y bella, como una capa de hacer cumplir deseos con la que cubrirse de la cabeza a los pies y enredarse en aquel viaje a Italia que tanto nos cambió. 
Pues hay que decirlo cuanto antes: los personajes de la novela éramos nosotros mismos con el simple y pueril cambio de nombres.
La pequeña historia de un grupo de amigos descubriendo el mundo que, sin embargo, a partir de Venecia dejaba de contar lo que había pasado para escribir lo que debería haber sucedido con una lógica desconocida pero por completo precisa en la que

Algo verdaderamente milagroso.

Una pura maravilla. 

Yo me convertía en puro espectador de un joven que escribe en la mesa nocturna rodeado de café y un cenicero atiborrado de colillas de tabaco negro, y asistía a los diálogos que escuchaba mientras escribía, viendo cada gesto y cada entonación que se pintaban en mi imaginación con mayor precisión que si hubieran ocurrido de veras.
¡¡¡Por Dios!!!! Quien no haya sentido esto que cuento está perdiéndose una de las sensaciones más maravillosas del universo. 
Todo un mundo, hasta en sus más mínimos detalles, que crece dentro de ti y no te deja ni a sol ni a sombra, llevándose hasta tu propio aire de respirar incluso. 
Personajes que te hablan al oído e intentan influir en tus decisiones y, durante el día, sonámbulo, pasas horas y horas pensando en escenarios y tramas, en palabras que habría que decir y... 

Da todo lo mismo. 

Primero con las músicas de Rafa y luego con las que me grabó Luis, tomas la pluma y todo ese mundo empieza a girar sin cadenas, tan aprisa que a veces no te da tiempo casi de ir escribiendo mientras ríes por un chiste o te emocionas hasta las lágrimas mientras al fin se produce aquello que tanto deseabas, aunque sea de una forma que nunca hubieras podido imaginar. 

Son horas de milagro en la que te conviertes de un dios menor que rehace el tiempo y las historias para que ocurran como deberían haber sido, tan sólo trascribiendo la película sin fin que pasa por delante de tus ojos mientras la noche pasa, tan deprisa, y de pronto compruebas con horror que el cielo tras la ventana lentamente languidece. 
Se apagan entonces las estrellas y las cosas se adelgazan. 
Se pierde el encantamiento; esa luz fosforescente que te ha acompañado durante horas, y hasta las músicas pierden su capacidad de hechizarte. 
- ¡Jodido amanecer! .- maldices mientras acabas precipitadamente el capítulo y cierras los folios sobre sí mismos para que la luz no los toque. 

Esa luz sucia que lame ya los marcos de la ventana y devuelve al mundo a su estúpida vida cotidiana, y tú bajas apresuradamente la persiana hasta abajo para que la oscuridad no se desvanezca del todo y, cuando empieces a dormir, lo hagas con tus propios fantasmas.



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