Una de sus obras más reconocidas es esta famosa película (casi 30 minutos) de 1987.
Hoy en día, tras los efectos mariposa del Hormiguero y los virales de internet, acaso nos puede parecer demasiado visto, pero en su estreno fue un verdadero aldabonazo.
En realidad se trata de una combinación de reacciones físicas y mecánicas que, si nos dejamos llevar por las imágenes, nos fascinará por su suspense, por sus constantes sorpresas y movimientos.
En realidad, el origen de esta idea la podríamos rastrear en las máquinas de Tinguely, unas verdaderas máquinas inútiles que ya vimos aquí que, en su momento más extremo, pueden legar a autodestruirse. Como ellas son una verdadera parodia del mundo industrial y la ciencia, utilizados con el sentido contrario al que les he propio, la productividad.
Frente a ello, y como buenos neodadas, apuestan por los más complejos cálculos y efectos para el simple entretenimiento, con una estética en las antípodas del glamour y la belleza (¿o acaso esa es la belleza de nuestros tiempos, tan puramente líquida antes incluso de que la bautizara Bauman?).
Y ya puestos en la metáfora, ¿podríamos ver en esta película algo de nuestra propia vida, de nuestra sociedad "perfectamente sincronizada"?
Bajo las apariencias de banalidad, la obra de Peter Fischli y David Weiss nos ofrece un panorama en el fondo apocalíptico en donde la grasa del suelo o un neumático destrozado conviven con la más estricta sincronía
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