En la amplia producción del arquitecto, las escaleras imperiales tienen una importancia capital (véase las del Palacio Real de Madrid o las del Palazzo Madama de Turín).
El elemento tiene todas las características para adaptarse a la ideología barroca, pues se trata de un elemento de propaganda política de primer orden, al encontrarse en la entrada del espacio de poder que ya se hace visible en su formulación escenográfica, colosal y retórica.
Por otra parte, su propia estructura, crea una forma de contemplación distinta, profundamente cenestésica, que obliga al espectador a ocupar y recorrer el espacio para encontrar en este movimiento múltiples puntos de vista (esta sensación se potencia con la aparición de dobles rampas que obligan a la elección y se utilizan para regular un aspecto clave en el mundo barroco, el protocolo).
Por todo ello, deberíamos entender estas escaleras como un lugar que ha de ser ocupado y recorrido, pero también observado desde distintos puntos, como si fuera un escenario teatral, colocando a cada persona en un mecanismo de un gran espectáculo en donde se representaría el poder y los distintos niveles sociales y políticos.
Todas estas ideas se encuentran en esta escalera, casi un milagro arquitectónico.
Recluida en un espacio lateral y estrecho (pues se trataba de una reforma sobre el edificio pre-existente), Juvara tuvo que emplear todo su ingenio para construirla, apoyando toda la estructura en las paredes perimetrales.
La escalera se inicia con un tramo en esquina que, al girar, se nos desdobla en dos opciones.
Desde esta primera parada empezamos a ser conscientes de la altura del espacio que se culmina con un techo pintado en trampantojo y grandes muros perimetrales en donde la arquitectura se desarrolla de una forma retórica y excesiva. anulando la estrechez anterior.
En su parte alta, la escalera crea dos espacios que funcionan casi como palcos desde los que observar la subida (y el citado espectáculo de representación del poder del que hablábamos antes)
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