Aunque más conocido por sus Carceri, serán estas Vedute di Roma las que le proporcionarán su éxito profesional y económico.
Piranesi había conocido por primera vez Roma en 1740 como parte del séquito del embajador veneciano a la corte papal, regresando en varias ocasiones hasta 1774 en donde consigue abrir taller en la Via del Corso y asociándose con el editor Giovanni Bouchard. Será este el momento en el que se inicien estas Vedute.
En ellas se entremezclan dos mundos que muchas veces entendemos como opuestos, el rococó y el neoclasicismo, abriéndose camino un nuevo estilo del que será precursor, el romanticismo.
Relacionadas con la progresiva importancia del Gran Tour, las estampas de vistas (Vedute) se habían convertido en un buen negocio, convirtiéndose en los primeros souvenir para estos ricos y exquisitos viajeros (especialmente ingleses y progresivamente alemanes) que los compraban como recuerdos (ya sean en grabados, más asequibles, ya en pintura, como habían comenzado a realizar Canaletto o Guardi en Venecia)
En estos grabados existía una enorme variedad, desde el pintoresquismo de los venecianos a las áridas descripciones romanas (más académicas que estéticas) de algunos talleres romanos.
Sobre todas estas tradiciones Piranesi crea su particular mundo que se impondrá en el mercado romano.
Su éxito se debe a la capacidad de integrar múltiples registros y sensibilidades.
Por una parte, Piranesi ama la Roma entendida como grandeza del pasado, y gracias a sus conocimientos de perspectiva y dibujo, da un peso definitivo a la arquitectura (relegada a segundo plano en obras de otros autores) que se impone majestuosa.
Su enorme escala (en muchos casos falseada frente a las proporciones reales) reinventa el legado de las ruinas y les da un nuevo valor heroico (ya casi romántico) que se impone a las diminutas figuras que pueblan sus espacios.
Se trata así de una Roma reinventada desde la majestuosidad y el poder (y no sólo la clásica, sino también la medieval o la barroca). Un sueño de Roma que lo es de totalidad pero también de caducidad (una paradoja habitual en el pensamiento romántico), con esas ruinas desgastadas por el tiempo, llenas de maleza, reutilizadas de forma cotidiana por unas clases bajas que desconocen (o no son capaces de ver) el legado histórico y sentimental de esas piedras.
Se crea así una tensión entre Historia e historias, entre eternidad y devenir diario que hace pasar al espectador de lo sublime a lo más plebeyo, del abismo generado por el tiempo que ellas conservan con nuestras pequeñas necesidades diarias
Todo ello, sin embargo, no le hará perder sus ansias casi arqueológicas que pretenden rescatar los sistemas constructivos clásicos, estudiando los materiales, formas constructivas (con un especial interés por la hidraúlica), creando incluso imágenes sobre monumentos que habían desaparecido, basándose para su reconstrucción en testimonios orales.
Es el Piranesi más neoclásico, aquel que viajaría incansablemente por la ciudad y sus alrededores (también por Nápoles) registrando los yacimientos arqueológicos.
Hay, por otra parte, un tercer Piranesi en estos aguafuertes. Un Piranesi rococó que gusta de lo pintoresco (en la vegetación que invade la arquitectura, en las múltiples escenas de la vida cotidiana, poblando sus obras de mendigos, lisiados, comerciantes o turistas), en este caso más cercano a la mentalidad veneciana de la época o los propios belenes napolitanos
Bello blog con mucha historia de un pasado que no volverá
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