Richard Serra, escultor. Junio de 1976.
Cuando solo tenía quince años trabajé en una fábrica de rodamientos; a los diecisiete, trabajé en una acería; a los dieciocho también, y además en un mercado; a los diecinueve y a los veinte, en una acería de nuevo; a los veintidós, en otra; y unos seis o siete años más tarde volví a las acerías, siempre en San Francisco. Para mí fueron como una especie de hogar desde muy joven. Vi cómo los obreros perforaban el acero, lo cortaban, lo laminaban, lo apilaban, lo levantaban con las grúas, lo ajustaban, lo extendían, lo remachaban, lo utilizaban. Algunos días salía a recoger remaches mientras construían el edificio Crown Zellerbach en San Francisco. Trabajé en Bethlehem, y luego en Pacific Judson y en Murphy. También trabajé en Ryerson, en Kaiser... Fue una feliz coincidencia que hubiera tantas acerías cerca de mi casa. Me ayudaban a realizar las fantasías más maravillosas. Eran como panaderías que se dedicaban a la alquimia y que desprendían encanto, luz, fantasía, historia, peso, brillo y una especie de magia que formaba parte de una revolución industrial que seguramente no volveríamos a ver jamás. Me
Toda mi vida he visto cómo se alzaba y estructuraba el acero, de modo que siento cierto respeto y una deferencia por su potencial. Creo que cuando eliges un material estás enfatizando una sensibilidad y no otra. A algunas personas les gusta trabajar con arcilla, a otras les gusta trabajar con yeso, y aun a otras les gusta trabajar con bronce. El material con el que trabajas se convierte en una extensión de quien eres. El hecho de elegir uno y no otro tiene también que ver con lo que sabes sobre él. Yo, a una edad muy temprana, a pesar de que nunca sentí que usaría el acero para hacer esculturas, porque era un material tradicional al que no quería acercarme, lo entendí. Y me di cuenta de que lo entendía de una manera que no había sido explotada desde el punto de vista artístico hasta entonces. Comprendí que podía hacer algo con aquello que otros escultores no habían hecho antes. No hay nada en el acero que me limite, es lo que siento cuando trabajo con él.
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