Ella se llamaba Mar, él Vicente, y entre los dos sonaba una canción terriblemente lenta, pero no de los Beatles.
Eso es todo lo que recuerdo de aquella historia que escribí de una sola sentada, la misma noche en la que volví de mi primer baile agarrado con una chica.
Era tal la inquietud que me corría del estómago al pecho que, pese a intentarlo no pude dormirme, aunque quizás el primer cubata de mi vida (tan aguado) posiblemente tuvo mucho que ver en el asunto, pues lo cierto es que la habitación me daba vueltas, y no sólo por aquel dedo menguado de ginebra que me supo a rayos por mucha coca cola que llevara encima. No, era otra cosa, supongo, como el roce de la piel caliente de su cintura tras el velo de su camisa.
Eso y su aliento de regaliz (¡?), el aroma de su pelo rubio que se balanceaba al compás de la canción de los Beatles que desde entonces tiene extrañas resonancias y un pequeño hueco en mi corazón que entonces sólo tenía trece años y aquella noche anduvo desbocado y perdido en el pecho, como un animal asustado ante el descubrimiento de una mujer entre los brazos... y todas las imágenes que surgían después, las que nunca sucedieron más que en aquella historia escrita con ansia en las últimas hojas de un cuaderno escolar
Ella se llamaba Mar; él Vicente, y creo recordar que la historia comenzaba en aquel mismo baile, aunque entonces no sonara (en sus palabras) ninguna canción de los Beatles, sino Lady de Keny Rogers con su voz llena de grumos que serraba mi aliento mientras me movía (tan desacompasado) junto a ella.
Esa fue la primera de las mentiras que escribí, aunque sin saber muy bien por qué. La segunda fue un beso, en sus últimos acordes, que se mantuvo en el silencio rasgado del disco en sus surcos ya sin música.
Un tiempo muy largo que se mezcló con otros en una historia que, no habiendo terminado la primera hoja, ya había transcurrido dos meses, y luego un año de aquella relación que nunca existió más que en la imaginación de mis palabras y las músicas que la acompañaban, pues todo el relato avanzaba (ahora sí) a través de canciones sucesivas de los Beatles sacadas del disco de baladas (doble, con la cubierta marrón) que aquella noche sonó de continuo, muy bajito para no despertar a nadie, mientras yo escribía cada vez más deprisa, iluminado por una minúscula linterna que no me delatase la vigilia, y a eso de las tres ya estaba toda la historia escrita. Una que comenzaba en un baile en el que sonaba Lady y terminaba en otro, mucho tiempo después, cuando toda aquella relación terminaba, dejándoles en el alma el sentimiento de un gato pequeño y huérfano que durante los siguientes meses acariciarían en las noches sin sueño mientras escuchaban pasar una tras otras las terribles canciones de los Beatles compuestas exclusivamente para que ellos llorasen por el amor que fue pero no pudo continuar.
Lo que no recuerdo era la causa de esa ruptura, o si simplemente me limité a esbozar un final que sólo podía intuir con el exclusivo bagaje de películas y novelas adolescentes, y simplemente tengo en la memoria (sin fallo alguno) la canción con la que todo terminaba: Yesterdey, como si todo fuera un ayer, una nostalgia anticipada que yo, a esa tierna edad, no podía comprender y aún hoy me pregunto cómo pude realmente escribir en aquella noche en vela a la que siguió todo un fin de semana luchando con las teclas de la Olivetti de mi abuela hasta conseguir pasarla a máquina con tantas erratas que me debió de dar mucha pena, y una y otra vez la reescribí hasta conseguir algo más presentable ya en la tarde de domingo, mientras afuera llovía y el pecho seguía sin calmarse, como si en la yema de los dedos ardieran pequeños fuegos provocados por su recuerdo (¿o era su piel en carne viva tras la lucha sin cuartel con aquellas teclas duras que, como si fueran un piano sin afino, golpeaban el papel blanco?)
Quien sabe. Lo único cierto que fue así como escribí mi primera historia (al menos completa, pues cien veces había empezado otras que nunca tuvieron final e, igual que ellas, quién sabe donde se perdieron).
Una historia que tendría una asombrosa vida y.... un premio final.AQUELLAS PRADERAS AZULES. CANCIONES