Como ya vimos en un artículo anterior, si existe un elemento diferenciador del gótico frente al estilo anterior, el románico, es la LUZ.
El origen de esta nueva valoración de la luz como elemento artístico pero también ideológico lo podríamos rastrear en varios autores, como San Bernardo de Claraval (el gran impulsor del Císter y partiendo desde San Agustín) que aboga por la luz natural que ilumine los interiores con sencillez y conduzcan a una experiencia mística en donde el corazón pueda encontrarse con lo divino, o el propio abad Suger de Saint Denis (promotor de la primera catedral gótica) que, inspirándose en ideas neoplatónicas (según Simson), encontrará la luz como el perfecto símbolo de lo Divino.
Evidentemente en la creación de este proceso ideológico influye decisivamente el conocimiento del arte bizantino gracias a las Cruzadas y su importancia de la luz en arquitecturas, mosaicos e iconos (véase Santa Sofía tanto en arquitectura como en mosaicos).
Todo ello se une al cambio social e ideológico producido en las ciudades medievales (y que ya analizamos aquí), en donde la religión se vuelve más racional (bajo el influjo tomista de los dominicos) a la vez que emotiva (desde la óptica franciscana, que intenta dotar de humanidad a la imagen religiosa).
Se justifica así el cambio de fuentes iconográficas y el propio Apocalipsis se interpreta más desde la idea de la Jerusalén Celeste que como la imagen del castigo del famoso pantocrator románico.
Es así en donde la catedral se convierte en la representación de esta Jerusalén (toda ella construida de piedras preciosas), en donde el fulgor es ofrecido por las vidrieras que llenan el muro. (Las vidrieras son las escrituras que esparcen la claridad del sol verdadero, es decir de Dios, en la iglesia, iluminando los coros de fieles. Durand, Obispo de Mende, siglo XIII).
En estos huecos se colocan grandes vidrieras realizadas con cristales coloreados unidos con plomo (emplomado) que permiten iluminar, dando soporte a grandes programas iconográficos que irán sustituyendo a la pintura mural.
Con en estas vidrieras consiguen una luz coloreada que vuelve irreal el espacio interior, separándolo de la experiencia cotidiana para convertirlo en un espacio sagrado, cambiante según el paso de las horas, una nueva Jerusalén Celeste (Sedlmayr).
A tales conclusiones llegan Nieto Alcalde en sus Vidrieras góticas (relacionándolo con el texto de San Juan: Yo soy la luz del Mundo y hablando de disolución atmosférica evocador de espacios sobrenaturales).
Una luz que pasa por este telón de vidrio se transforma en una atmósfera coloreada, cambiante, netamente diferenciada de la luz-natural
Se desmaterializan así los valores arquitectónicos y se crea una metáfora visual (ascendente, policromada) que ha de conectar al fiel con la experiencia del paraíso (tal como hacía la arquitectura de jardines islámicos), dándole una visión adelantada de lo celeste que la música polifónica y la aportación dorada de retablos y objetos litúrgicos fomentaría. (Una reacreación del espacio distorsionado por la luz reflejada por los mosaicos en el ámbito bizantino que se utilizaba como forma de propaganda regia)
Más que una arquitectura, la catedral es (además de un orgullo cívico) un espacio no real, fuera de la cotidianidad.
De una manera semejante se opera en el ámbito de la pintura.
De nuevo el mundo bizantino del icono sirve como referente para (según Víctor Nieto) utilizar las imágenes.
El uso del pan de oro convierte la pintura (frente a la ventana abierta renacentista) como una caja cerrada, hermética y visualmente diferenciada de la realidad (...) Los valores de luz, brillo y oro establecen la metáfora de la presencia de lo divino.
Que lindas imagenes
ResponderEliminarMuchas gracias por la informacion
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