martes, 2 de enero de 2018

GIULIO ROMANO EN MANTUA (1) EL PALACIO DEL TE


Federico Gonzaga, siguiendo la estela de mecenazgo de su madre, Isabella del Este, consiguió (a través del humanista Baltassare Castiglione) la llegada de Giulio Romano a Mantua.
En su figura se unió la de arquitecto y pintor, siendo el relevo natural de la primera generación de artistas que trabajaron en Mantua, especialmente Alberti y Mantegna.

En el campo de la arquitectura el Palacio de Te fue su obra maestra.
Se trataba de una villa suburbana, en una antigua isla llena de tejos que fue unida a la ciudad, desecando para ello una zona pantanosa. Un lugar de  "delicias" en donde refugiarse del quehacer cotidiano, constituyéndose en el reverso del Palacio Ducal, dedicándose el primero a la política y el segundo al ocio particular.

Pese a ello, no debemos considerar el Palacio como una obra estrictamente privada, pues su ya sola existencia era un símbolo de poder (sofisticado) del duque, sirviendo como lugar de recepciones de personajes ilustres, como lo sería el propio Carlos V



Para su construcción se eligió un formato horizontal que combinara zonas de residencia y jardines, organizándolo en torno a grandes espacios vacíos: un patio en la zona palaciega y un jardín formal junto a ella en donde se colocaban las caballerizas, servicios y zonas de ocio.






Toda la arquitectura responde a la primera evolución de la arquitectura manierista-romana en donde, aún manteniendo los esquemas clasicista, se introduce en ellos "irregularidades" o juegos conceptuales que tienen como misión romper la armonía formal a los ojos avisados de los buenos conocedores (pues hay que recordar que el palacio está pensado para la Corte y visitantes cultivados que supieran admirar las rupturas de la norma)

Estas rupturas aparecen por doquier, haciendo de la arquitectura una verdadera máquina de sugerir tensiones, interrupciones, excepciones, roturas y caprichos, aunque frente a la terribilitá miguelangelesca, lo lúdico y sorprendente consigue atenuar la tragedia.
Aparece así un lugar de sorpresas (de metáforas), aunque lo suficientemente controladas por el esquema general para evitar el caos y permitir su degustación reposada y caprichosa.
Ante ellas el espectador se ve inmerso en un arquitectura autorreferencial que habla de sí mismas y de sus orígenes a través de la excepción de la norma

El piso principal, en vez de la zona principal, ocupa la planta baja, dejando la superior para dependencias de servicio.

Dobles pilastras de orden gigantes rompen el módulo quattrocentista tanto en la visión horizontal como la vertical.

Las ventanas hacen "estallar" el módulo de la pared con un resalto almohadillado de sus sillares que invaden el lugar que debería ser liso (y por tanto neutro) frente al vano, introduciendo entre ambos un resalto que no participa ni en el plano de la pared ni en el hueco

Las columnas se ocultan bajo una rusticidad falsa, creada con estuco

El piso superior se sobrealza artificialmente (en el interior no se corresponde) para "presionar" el superior

Algunos triglifos "se descuelgan" de su propio friso, rompiendo con su origen primigenio de cabezas de vigas
Los frontones carecen de parte inferior y son invadidos (como tantas zonas) por un almohadillado que recubre los muros como si se tratara de una "epidemia cutánea"

Sillares sin devastar se incrustan en los tímpanos


Su famosa fachada hacia el patio, una reinterpretación manierista de la villa Madama de Roma que combina el agua con un pórtico que, de apariencia clasicista, rompe con sus normas (una vez más)





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