BOUCHER. LA Toilette

El cuadro de Boucher (posiblemente pensado como una serie sobre los distintos momentos del día para el conde Karl Gustav Tessin, embajador sueco en París, en la corte de Luis XV) desarrolla todos los temas más queridos por parte del rococó.

El espectador es animado a ser voyeur de la intimidad de una dama, y nos permite pasar a un lugar que no deberíamos tener permiso, pues hasta el propio desorden es una forma íntima de vida que sólo se les muestra a los más cercanos, y no a unos desconocidos como nosotros que entramos justamente cuando la propia dama de está estirando la calza por la rodilla, toda una escena pornográfica para alguien del siglo XVIII que consideraba infinitamente más eróticos los pies y piernas que los propios senos.

Si conseguirnos aquietar nuestros sentidos tras la revelación, seremos testigos del gusto por la moda y otras artes menores tan habitual en la época, desde la rocalla que sirven como morrillos para la chimenea, las sillas de alabeadas patas, los espejos y otros cristales y ese gran biombo de motivos chinescos que tan en boga estaba en esos momentos.

Toda una decoración sofisticada y bella, exquisita y refinada que es reflejo de toda una clase social (mejor, estamento) que ha de verse desde sus modales a sus trajes y complementos, como si se encontrara en un gigantesco teatro (el que se origina en las grandes cortes y termina imitándose en las grandes familias burguesas), como si el biombo funcionara (ideológicamente) como unas bambalinas tras las que se encuentra el mundo real para el que hay que prepararlo todo.
Y, además, el juego, lo lúdico (pues el nuevo mundo, femenino se basa en el juego y la seducción, no en el honor o la violencia masculina) en donde el gato a sus pies juega despreocupado con el ovillo.
Y por supuesto, los colores pasteles