Muy cerca de mi, en un parque, hay un hombre acaso de mi misma edad, aunque yo no quiera nunca reconocerlo.
Viste con elegancia un poco descuidada, con pantalones de traje beige, jersey marrón y bajo él, camisa blanca. Tiene calcetines conjuntados, zapatos marrones de corte antiguo y una chaqueta oscura y una bufanda .corta
Al principio, cuando me acercaba a un banco cercano a él, pensé que era un indigente pero como veis eso no era cierto aunque ahora que se ha levantado anda despacio, un tanto tambaleante, algo que no correspondería a su edad, si es la que realmente creo que es, la mía acaso.
Tiene el pelo gris y una barba bien recortada y cuando callan los jodíos pajarracos verdes que inundan los cedros del parque, se escucha una radio portátil que tiene en el regazo y en la que se oyen canciones nostálgica de los años 50.
Estamos bajo el anticiclón típico de navidades y tras una mañana de niebla y una noche de fuerte frío que llenó todo el parque de escarcha, ahora el sol realmente calienta y yo me he podido quitar el abrigo mientras leo y a veces le observo.
Pues hoy es la mañana de Navidad y he salido a andar y a comprar el pan para luego ir a la comida y, cuando he encontrado mi banco favorito de este parque vacío, me he sentado un ratito a leer aunque sin poder dejar de mirarle.
Quizás porque parece un poco triste y es Navidad.
Acaso no tiene nada que ver las fechas o tal vez lo tenga que ver todo y a lo mejor no haya familia o es una familia a la que no quiere ver.
No sé, a veces pienso que está viudo y la soledad le atenaza tanto que no le permite mover esas piernas tranquilamente.
Curiosamente no tiene móvil o por lo menos no lo ha sacado y solamente escucha la radio sin cascos y muy bajito, lo suficiente para que su sonido me llegue como unas olas pequeñas, casi sin resaca.
Solo toma el sol de invierno como yo como si fuéramos dos lagartos en medio de la ciudad que esperan el verano para volver a sobrevivir, ... o es otra cosa.
A veces da un brevísimo paseo alrededor de una plantación que está rodeada por una cuerda para no estropear la simiente, y cambia de asiento aunque siempre colocado frente al sol.
Cuando anda se le ve un tanto encorvado y en la brevísima brisa que mueve las palmeras sufrientes de Madrid me llega un aroma a colonia pesada, triste como .... ¿ella?
Sé que nunca me atrevería a preguntar y dentro de diez minutos me iré para casa para preparar la comida. Por eso esta historia se quedará aquí como la de un señor sentado al sol escuchando viejas baladas de Elvis Presley rodeado de un aura de tristeza, como un viento pesado, lento, apenas ya sin fuerza que me estruja un poco el corazón en esta fiestas que a veces se vuelve tan terribles, pues sólo nos alborotan los recuerdos posados en el alma y, en sus torbellino, con los ojos llenos del polvo de ayer, nos gustaría llorar mansamente, durante un tiempo indeterminado.
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