En los años 30 Picasso realizó está serie espectacular de grabados para su marchante Vollard (la fue cambiando por cuadros que él quería para su colección particular, especialmente Cezanne y Renoir)
En ella trataba alguno de sus temas más queridos como el artista y su modelo, el artista y su obra, Rembrandt o el famoso minotauro, un verdadero alter ego del propio pintor, algo que se cifra sobre la creación, el poder y la muerte.
Basándose en la obra de Goya y Rembrandt, Picasso maneja todas las técnicas con una maestría sin igual (el grabado impide corregir y el dibujo continuo, sin levantar el buril, es se una elegancia y expresividad increíble): aguafuerte, aguatinta y buril en seco.
Su obra se mueve entre una profunda revisión del arte clásico que había conocido en los años 20 en Italia (donde viviera con su mujer Olga, siguiendo la estela de los ballets rusos en donde trabajaban ambos), el surrealismo que ha empezado a entrar en su vida desde mediados de los veinte y que derivará en un progresivo expresionismo que a finales de los 30 se culminará en el Guernica (de hecho muchos de sus motivos ya se pueden encontrar aquí: el caballo como víctima, el toro...)
Técnicamente continuará el grabado de línea simple inspirado en Ingres que ya vimos aquí que empleará especialmente para reflejar sus obsesiones eróticas y artísticas.
Hemos de entender que esta etapa está marcada por una pareja (escondida), la de una jovencísima Marie Thérèse, que aparece tanto como musa (desnuda) como escultura (normalmente en busto, como las que realmente le realizó), y es la fuerza vital del pintor durante estos años
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