Aunque, por cronología, perteneciente a la generación del 14 (Ortega y Gasset, Giner de los Ríos), Solana encarna gran parte del ideario de la generación del 98.
En otros artículos ya pusimos en relación su pintura con el esperpento de Valle Inclán (Vánitas) o con la nivola de Unamuno (los maniquíes). Con este cuadro vamos a intentar relacionar su pintura con algunas características de la generación del 98, igual que ya hicimos con Zuloaga y su Cristo de la Sangre
En otros artículos ya pusimos en relación su pintura con el esperpento de Valle Inclán (Vánitas) o con la nivola de Unamuno (los maniquíes). Con este cuadro vamos a intentar relacionar su pintura con algunas características de la generación del 98, igual que ya hicimos con Zuloaga y su Cristo de la Sangre
A Solana, como es típico en la generación del 98, le duele España.
Le duele esa España negra, llena de supersticiones, de incultura, de enormes diferencias sociales (fijaros en el personaje a la derecha del obispo, que representaría el pueblo llano frente a la iglesia, la burguesía y la aristocracia).
Frente a esta España, Solana tiene una fuerte actitud crítica típica de la época. Como los autores de la generación del 98, Solana es un regeneracionista. Se trata de una corriente iniciada por Joaquín Costa quien, ante el desastre de Cuba, busca soluciones (económicas, políticas, sociales, educativas...) que modernicen España y la sitúen en la línea de Europa.
No hace falta más que echar un vistazo a la obra para darse cuenta de la crítica que hace Solana al poder (ideológico, económico) de la Iglesia, habitualmente en fuerte conexión con burguesía y nobleza que controlan economía y política. Es la llamada España Oficial (corrupta, controladora de todo, endogámica... que nos ha llevado al Desastre, frente a una población (la vieja de la que hablábamos) miserable, ignorante, incapaz de rebelarse.
Curiosamente, y como ocurre con la Generación del 98, esta crítica no desemboca en verdaderos cambios que nos acerquen a Europa. No son europeístas (como sí lo será la Generación del 14), y buscan la salida regresando a los valores tradicionales, que ellos encuentran en la Castilla eterna, austera, de nobles ideales (casticismo). Por eso será tan habitual la presencia del paisaje castellano en sus obras (Azorín, Machado) que aquí también tenemos presente en los pequeños cuadros de la pared.
de la misma manera se vuelven los ojos a los grandes clásicos de nuestro siglo de Oro, como ya vimos en Zuloaga.
Otros rasgos que se pueden citar es su voluntad de involucrar al espectador (como Niebla de Unamuno). En el cuadro, el espejo y la composición de la mesa deja un gran espacio abierto en la parte más cercana al visitante, lo que permite integrarlo en la escena, como si perteneciera a la propia visita.
En el terreno estético, lo sobrio y antirretórico que les separa radicalmente del modernismo, de la misma manera que su falta de idealización, pues importa más el contenido que el continente
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