escuchando los Chichos o los Chunguitos, pues aún no existía Camela.
¿Quién no se sintió el rey del mundo en ellos?
En las ferias de los pueblos más importantes siempre los había, aunque el nuestro no lo era y había que esperar a las fiestas del Real o las de Ontera para acercarse a ellos, mejor muy pronto, casi cuando abrían y no había nadie pues existía una ¿leyenda urbana? que decía que los minutos que duraba cada pase estaban en relación inversamente proporcional (hasta aquí llegaban entonces mis conocimientos matemáticos) al número de coches en funcionamiento.
Quién sabe. Lo cierto es que, entonces, también, era el momento para fijarse en los mejores coches, aquellos cuyos troles no se salían nunca, aquellos que reunían el volante más suave y el pedal del acelerador sin enganches ni bloqueos.
Cuando al fin lo encontrabas solo necesitabas recuperar la fineza perdida después de todo un invierno sin montar en ellos y volver a encontrar el punto para que, girando mucho el volante, el coche andará hacia atrás, algo fundamental para salir de atascos y atacar de forma imparable a los mismos que un minuto antes te perseguían.
Era algo maravilloso que a mí me enseñó mi padre que hacía salir hacia atrás el coche que poco a poco tomaba impulso y se movía a la contra del resto mientras tú mantuvieras la concentración pues, al andar de espaldas, había que mover el volante en la dirección contraria que se deseaba, lo cual era complejo, sobre todo si a tu lado llevabas pasajera a la que impresionar y había que pasar el brazo por detrás de su espalda para tu poder girar lo suficiente para ver el camino y...
-¡Cuidado!- gritaba ella y, aunque no llegase a abrazarte, su acercaba un poco más en ese minúsculo habitáculo en donde tu nariz andaba envuelta en el torrente de lavanda de su cuello palpitante, azotado por su melena que se enrolla a sobre si misma cuando decidías que ya era hora de volver a la marcha hacia delante y girabas el volante como una trenza dorada, tan larga que pasaba de la espalda hacia delante y se posaba contra los pechos, tan ... ¡Dios Santo! La vida sólo te daba para mirar de reojo mientras te azorabas por completo y el (tu) mundo daba vueltas aunque en realidad sólo ocurría que te habías quedado paradoo en medio de la pista como un objetivo preferente, y solo un instante antes de que todo ocurriera te dabas cuenta de que el coche de César y Bea avanzaba como un bólido hacia tu costado que...
¡Gira el volante, deprisa!, escuchabas decir a tu padre en tu interior, pues lo peor es dejar el costado sin protección, perfecto para un choque perpendicular (noventa grados son peor que 45, te decías utilizando la escasa matemática y física que sabías). ¡Gira el volante!, hazlo un instante antes del choque mientras suenan los Chichos o los Chunguitos, y ese suave giro desbarata casi por completo la embestida de César, que estaba ya medio de pie para darle el último empujón al coche que solo roza por la parte trasera mientras ella, asustada, te aprieta el muslo y tiene una risa nerviosa que traspasa al gran peluche que le conseguiste tirando con la escopeta de perdigones aunque estuviera trucada, con la mira desplazada casi un dedo a la izquierda de la realidad que tu compensaste con un centrímetro a la derecha del palillo en el segundo tiro que se llevó el mondadientes con una fineza absoluta que te dio derecho a elegir.
- ¿Quieres una chochona?- No
- ¿Y el perrito piloto?
- Tampoco.
Pues sólo tuviste que seguir el camino verde de su mirada de aguas calmadas para encontrarte con
- Ese tigre es el que quiero.
- Son tres palillos - Pues dame nuevos balines,
y con el cuarto ya estaba todo conseguido y el tigre en tus manos, con sus ojos de cristal verde haciendo pareja con los tuyos y el mundo olía a nuevo, como si estuviera recién estrenado mientras la cogías (una vez más) suavemente por la cintura y ella apoyaba su cabeza en tu hombro tras besarte suavemente para vuestra futura desgracia y todo acabase de repente,...
Sí, igual que se acababa la sesión de los coches con aquel pitido hiriente y el coche dejaba de acelerar y tú lo ibas acercando suavemente al lateral pues ya no quedaban más fichas en aquel juego del primer amor que (aún no lo sabías) se estaba terminando con todas sus millones de estrellas que servían, como fondo, a los besos más bellos que nunca volverías a dar de aquella impar manera.
Todo eso acababa, igual que el verano, y aquella noche habría tormenta, también en el cielo, y mañana por la tarde te atravesarían los rayos con tal fuerza que te quitarían el aliento durante semanasy tu llorarías en el hombro de Solsona con la vida parada en un punto imposible al que sólo tenía acceso Mozart y, más tarde, los gritos de The Police
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que hermoso relato...con todos los condimentos.... nostalgia, amor, picardia, humor!!! Excelente!!!!
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