Es habitual considerar las obras de Amalia Aviá como oscuras, algo borrosas. Parecería no coincidir con la luz madrileña y recordar más los paisajes del norte.
La razón es muy sencilla. Aviá, tras terminar la obra, la rociaba de aguarrás y la prendía brevemente. Se producía así esas gramas más grisáceas, sin ningún tipo de brillo que ella (decía) le daban más profundidad a sus obras.
No deberíamos olvidar que estaba casada con Lucio Muñoz y era amiga de muchos de los vanguardistas del Paso al que esta técnica le podría parecer totalmente oportuna (y a nosotros hacernos reflexionar sobre las incomodidades que suponen los blancos y negros a la hora de analizar el mundo: ¿hiperrealismo frente a arte abstracto?, ¿pintura tradicional frente a la experimental?)
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