La pujanza de la burguesía decimonónica creo una nueva tipología arquitectónica: El Casino.
Entendido como lugar de reunión restringido a una clase social pudiente en donde se hablaba de política o se creaban las relaciones personales que luego culminarían en negocios. Era, también, un perfecto escaparate de sus fastos (bailes, fiestas y mascaradas...) y, por ende, de su importancia.
Murcia, a partir del siglo XVIII, comenzó un despegue económico basado en la explotación de su huerta que se culminó en el XIX, creando una clase rentista que necesitaba diferenciarse del pueblo llano y poseer un lugar de reunión. Estas necesidades las cubrió el Casino, creado en la gran vía del centro, la calle Trapería (pues tan importante era crear un lugar de reunión como ser visto en ella)
Iniciado en 1847 su construcción es un perfecto muestrario de los historicismos de a época que pretender recrear los fastos de siglos anteriores y dar al conjunto una diferenciación estética que, en el fondo, era social y económica.
Nosotros nos ocuparemos hoy de su sala neoárabe (una variante del neomudéjar del que tanto venimos hablando en los últimos meses), construida como un pórtico majestuoso de entrada.
Para su creación se reutilizó el vocabulario de la Alhambra, como ya vimos en la Alcaicería de Granada, aunque como principal fuente de inspiración (debido a su buena conservación) sería más el Salón de Embajadores que Pedro el Cruel realizara en los Alcázares de Sevilla.
La obra de Manuel Castaños es de una pureza arqueológica verdaderamente notable recogiendo de forma bastante pura las formas nazaríes (arcos angrelados, mocárabes, lacerías, capiteles, jarrones en sus tacas...) y sólo se permite la inclusión (típica de la arquitectura del hierro y cristal) de una cubierta transparente que protege al conjunto y convierte en interior confortable lo que en el fondo era una simple estructura de patio
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