En torno a Alcalá de la Jovada existen varios testimonios sumamentes sugerentes del poblamiento morisco de la zona.
Igual que ocurrió en el Valle de Gallinera, la conquista de la zona tras la muerte de Al-Azraq por parte de Jaime I significó un cambio de dueños pero no de población, siendo mayoritariamente mudéjar que se mantuvo más allá de la reconquista.
Igual que pudimos ver en el Valle de Ricote en Murcia, concluida la reconquista, estos islámicos fueron obligados paulatinamente a bautizarse (aunque siguieron practicando en secreto su religión), convirtiéndose en moriscos.
Como ya vimos aquí a propósito de la costa almeriense, estos moriscos generaron conflictos internos y, a menudo, ayudaron a los desembarcos berberiscos, habituales en todo el siglo XVI como una práctica de piratería que buscaban riquezas y capturas de esclavos para ser vendidos (tanto Argel como Mequinez fueron sus grandes centros de distribución, como puede verse en esta novela de la que ya hablamos).
Por todo ello (y otras causas que ya analizamos aquí), el Duque de Lerma (valido de Felipe III) decidió su expulsión a principios del XVII.
Quedaron entonces múltiples zonas despobladas (reocupadas posteriormente como refugios para el ganado) como las que podemos encontrar en este valle.
En concentro, ésta de la Roca, se constituía como almunia clánica (pequeño grupo urbano unido por lazos de sangre), como demuestra su arquitectura compacta que no tiene calles, sino un conjunto cerrado en el que se abren distintas estancias (de habitación, del almacenamiento...) que comparten muros medianeros y sirven, en los exteriores, como muralla propia que sólo se abre por una puerta central.
Entre sus distintos muros (realizados en mampostería) encontramos algunos aparejos de muy antigua creación, como este ejemplo de opus spicatum.
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