sábado, 6 de diciembre de 2014

HENRY MILLER Y EL SURREALISMO. LOS TRÓPICOS



























La Closerie des Liles, uno de los cafés frecuentados por Miller en París
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Si hubo un autor de la Generación Perdida que mejor supo tomar las nuevas formas surrealistas, tanto en las técnicas, metáforas o capacidad de provocación y escándalo, éste fue Miller con sus famosos trópicos.
Estas obras son la antítesis del París era una Fiesta de Heminqway mientras están poniendo los cimientos de lo que décadas después será Rayuela de Cortázar, una expedición por los interiores humanos como una geografía oscura y húmeda, llena de deseos pero también, y a la misma altura moral, vómitos.
                                               
Aquí radicó su genialidad, el paso continuo (y contundente) de la pura realidad de sus biografía parisina a los delirios eróticos. de la bohemia y sus miserias al sexo. Sus andanzas y la exótica fauna que convive con él crean un cuadro que recuerda a Delvaux y sus insomnes mujeres dormidas pero también a Óscar Domínguez y a sus terribles maldades en donde ha desaparecido la moral, el buen gusto burgués y sólo queda sobrevivir y buscar el sexo como última válvula de escape.

Y es que Miller optó por el surrealismo amoral y sexualizado de Bataille más allá del político y espiritualizante de Breton, y supo convertir en metáforas los delirios de la carne, desde el placer a la abyección.
                               
                   
Sus obras son el resultado de los flujos, pulsiones y obsesiones, como los primeros Dalís en donde la realidad es transfigurada por la subjetividad extrema, introduciéndonos en un mundo en donde constantemente se pasa de la narración a la sensación y viceversa; un verdadero baño de vísceras y deseos sexuales, de purgaciones y comportamientos singulares.

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