lunes, 4 de junio de 2018

Santa María de los Ángeles- Termas de Diocleciano. De Roma al Renacimiento

























Pocas veces en la historia del arte se puede encontrar una continuidad histórica tan evidente como en este monumento.

Nos encontramos en el corazón de las termas (especialmente el tepidarium), realizadas en tiempos de Diocleciano, las más ricas y espectaculares de todo el imperio junto a las de Caracalla (tres mil personas a la vez)


 
Como gran parte de las construcciones romanas, durante la Edad Media se utilizaron como cantera de materiales, dejando al edificio en su esqueleto de opus caementitium y ladrillo.




























En el sueño de un sacerdote de Palermo, Antonio de Duca, cambió el destino de las ruinas.
Como ya hablamos aquí, este sueño le había convencido de edificar una iglesia a los siete ángeles.

























Logró convencer en su empeño a Pio IV, y éste le encargó el proyecto a un Miguel Ángel anciano pero en plena ebullición creativa.

El maestro hizo su obra "más renacentista" en el sentido de recrear la Antigüedad, pues intentó en todo momento respetar la obra romana, limitándose a restaurar algunas bóvedas y añadir columnas gigantes bajo ella (que probablemente habrían estado en el original)


























Aunque fue bastante transformada en el siglo XVIII, Miguel Ángel imaginó un espacio centralizado como vestíbulo tras el que se abría el gran salón del tepidarium.

























En él planteaba capillas laterales a ambos lados de altar y entrada y otras a los lados.



































Pese a los cambios introducidos, la sensación de arquitectura girada sigue estando presente en el espectador
Este, al traspasar el vestíbulo tiene una clara desorientación, pues le han variado una de sus certidumbres más básicas en una iglesia: la nave crucero corta a la principal.























Sin embargo, lo que comprueba es que este transepto es de tal magnitud que se ha convertido (psicológicamente) en nave principal, en el eje de movimiento, como puede comprobarse si uno toma la molestia de pararse un instante a observar a los visitantes del monumento, que tras entrar en la gran sala, se paran y, tras una duda, comienzan a caminar hacia derecha e izquierda (y no hacia el frente, como sería lo habitual)
En este camino el espacio se dilata hasta convertirse en algo gigantesco, tan amplio que el espectador desaparece como referente, y solo las gigantes columnas adosadas pueden permitir una comprensión de los espacios y las proporciones.

Queda el espacio sin medida posible y la generosísima luz que entra por los magníficos vanos termales, una verdadera suerte de lugar mental en donde el hombre deja paso a las fuerzas sobrehumanas de la Antiguedad y el genio personal del artista

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