En 1962 Warhol inició una serie de cuadros bajo el título Hazlo tú mismo que representaban temas tradicionales (flores, paisajes...) realizados de un forma curiosa: como en los cuadernos de manualidades, parte de la obra se encuentra sin colorear, marcada con números para que el espectador (por supuesto imposible) la terminara de pintar.
En ellos se crea la tradicional dialéctica de Warhol, ¿se trata de un arte democrático, como el que uno puede encontrar en un kiosko o, por el contrario, un ataque a la misma idea de arte y autoría?
Pues, en principio, Warhol plantea una socialización del arte (como ya hizo con sus motivos banales y comerciales), pero a la vez la impide, pues ¿quién se atrevería a terminar un cuadro del mismísimo Warhol?
La obra queda así para siempre inacabada, pues acaso sea su valor, una vuelta de tuerca duchamptiana en donde el autor sólo da las instrucciones de la obra pero no la acaba manualmente (algo semejante estaban comenzando a hacer los minimalistas), dejándola en un limbo de indefinición que sólo el propio nombre del artista la salva de la mediocridad
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