Esta obra fue una de las tres que el maestro se llevó en su último viaje a la Francia de Francisco I, conservándola hasta su muerte.
Como gran parte de su obra se trata de una obra compleja, tanto en lo estético como en lo iconográfico.
Estilísticamente su investigación del sfumato se encuentra muy cercana a la de la Gioconda (también trabajada una y otra vez en estos últimos años), aunque en este caso la técnica se vuelve mucho más radical al eliminar el fondo de paisaje para centrarse exclusivamente en la luz que define volúmenes (algo que retomará Rafael en sus retratos)
El cuerpo se genera en torno a una suave serpentinata derivada de modelos praxitelianos que nos conducen a los dos lugares clave del cuadro: cara y mano.
Respecto a la primera siempre se ha hablado de un carácter ambiguo, con una sonrisa que desarrolla la planteada en la Gioconda.
El brazo, con el índice señalando hacia arriba, también ha dado pie a múltiples interpretaciones.
Podría tratarse de una clara alusión al Espíritu Santo y su descenso por medio del Bautismo que insistiría en el carácter espiritual del Bautismo (como una iniciación a una realidad superior que es habitual en el neoplatonismo de la época en donde religión y fe intentan conciliarse)
Otros han querido ver, sin embargo, un mensaje oculto de apoyo a la homosexualidad (Luis Antonio de Villena), basándose en la ambigüedad sexual de la figura y el propio gesto (que se utilizaba en círculos homosexuales como forma de reconocimiento)
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