jueves, 14 de noviembre de 2013

LA VIRGEN DE LA MISERICORDIA. PIERO DELLA FRANCESCA

Lo que en realidad pinta Piero es un estado mental. Pinta cómo sería el mundo si lo pudiéramos explicar completamente, si pudiéramos estar en paz con él



Esta tabla central del políptico de la Misericordia había sido encargado por la cofradía del mismo nombre de San Sepolcro en 1445.
Pese a los plazos, la obra se alargó en el tiempo y esta tabla será realizada en 1460, cuando el maestro había llegado a su madurez.
Según el contrato el pintor debería realizar una Virgen de la Misericordia que englobara con sus mantos, típica iconografía medieval que Piero debe revisar para adaptarla a los nuevos planteamientos del Renacimiento que no admitían la tradicional perspectiva jerárquica medieval.
Para ello creo dos escalas que el espectador puede admitir sin violencias. En la parte baja, arrodillados, los donantes, mientras que la Virgen (casi como una verdadera arquitectura, pues tal es su proporción y función, con pliegues en su ropa que recuerdan, y no accidentalmente, a las estrías de una gruesa columna) los acoge en su manto.
Todo el grupo genera un enorme vacío central formado por el manto y la disposición circular de los donantes, siguiendo los modelos ya trabajados por el Giotto y Masaccio y que volverá a repetir en su famosa Pala Brera.
Enfrentado a este vacío los volúmenes rotundos de las figuras (y en especial el de la Virgen) crean esa típica tensión de su obra madura entre lo lleno y lo vacío que será insuperable durante siglos y que sólo en la escultura del XX, y bajo nuevos presupuestos, volverán a retomar artistas como Gargallo, Julio González, Moore o Chillida, usando la estricta aplicación de los volúmenes modelados por la luz como generadores de espacio y constructores de formas.

Las figuras se convierten así en los sólidos que propugnaba Luca Pacioli, y como tal se comportan, con su dignidad de columnas que apenas dejan traslucir sus sentimientos, colocándolos en un plano superior y distante de lo humano que se se sumergen en el dorado fondo.
Son silencio, quietud, pura presencia que ha sublimado las puras apariencias hasta convertirlas en enigmas.


Esto es sobre todo evidente en la figura de la Virgen-arquitectura, pues si nos acercamos a observar a los donantes, y pese al arquetipo al que reduce Piero a sus personajes, podremos ver toda una sutil sinfonía de sentimientos y actitudes ante la divinidad, desde la pura adoración, la impasibilidad, el abandono, la extrañeza, … en ese círculos de rostros que suavemente giran del los tres cuartos por la espalda, al perfil absoluto para retornar a los tres cuartos vistos de frente.

  FOTOGALERÍA ENLAZADA DE PIERO DELLA FRANCESCA


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