Una de las obras conservadas de la expo de 1998 de Lisboa es este pabellón realizado por Álvaro de Siza.
Es un edificio elegante y mínimo, sin grito alguno, sin complacencia; sólo espacio y luz.
La central se asoma al Tajo por medio de un largo corredor porticado de leves columnas que permite la circulación a la vez que resta pesadez al conjunto.
En el lado contrario nos encontramos con un muro ciego que casi parecería un templo griego redivivo con los poderosos huecos sostenidos por pilastras que juegan con el claroscuro producido por el sol con una limpieza inenarrable.
Entre ambos se encuentra acaso la pieza más celebrada de todo el conjunto.
Un gran tejado de hormigón pretensado en forma catenaria (como apoyar un folio entre dos ladrillos; diría el arquitecto) que busca el recuerdo de las velas de los barcos descubridores y (pese a su masividad) genera una impresión de liviandad y elegancia notable (curiosamente no se encuentra anclado directamente a los muros sino sustentado por un conjunto de cables antisísmicos)
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