Posiblemente este óleo sobre tabla, pintado entre 1457, fuera la última obra del autor, una donación personal a la capilla de Nuestra Señora de Gracia, junto a la Cartuja de Scheut en Bruselas.
La obra es excepcional y sólo su famoso Descendimiento del Prado puede igualarse.
Como en ella las figuras son monumentales, casi de tamaño natural, con una estrechísima caja espacial que crea un sutil trampantojo y una vocación escultórica fundamental.
La composición no puede ser más sencilla. Partiendo de las Deesis medievales, Van Der Weyden busca reducir los personajes y el entorno al máximo. Una vocación minimalista que veremos también en la reducida paleta cromática (color carne, rojo, verde y blanco) que no distraiga al espectador de la intensa emoción por la muerte de Cristo.
Pues más que la propia muerte de Cristo, son los sentimientos ante ellos (de un dramatismo contenido que se inicia en los rostros y se amplifica progresivamente en los duros plegados de los paños blancos
que consigue dotarla de un inusitado dramatismo, gracias a la grandiosidad de las formas, a la precisión de sus gestos, a la concentración expresiva en sus rostros y manos, o a la formulación de esos paños drapeados en tormentosa agitación. A la sorprendente simplicidad compositiva, con sólo las tres figuras protagonistas del drama -en el centro Cristo en la cruz, flanqueado por la Virgen y san Juan, todos ellos dispuestos bajo un dosel de un vivo tono rojo, el color de la Pasión de Cristo, sin más detalles narrativos que la cartela con el INRI, la estrecha franja de pared gris a cada lado o el pequeño montículo sobre el que se levanta la cruz para evocar el monte Gólgota-, se une la excepcional gama colorística, reducida a lo esencial, con la que el artista pretendía evocar su carácter escultórico,
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