https://www.ideelart.com/magazine/why-was-richard-serra-s-tilted-arc-so-controversial
Richard Serra sostuvo siempre que las esculturas específicas para un lugar estaban determinadas por la topografía del emplazamiento. No podían llevarse de un lado a otro. Sus obras se convertían en parte de y se construían dentro de la estructura del lugar, y fuera de ese lugar perdían su sentido, dejaban de ser arte. «Mis esculturas nunca decoran, ilustran ni describen un lugar», dijo para las cámaras de la CBS. Eran el lugar.
(...)
El problema de Tilted Arc venía de que no era un monumento conmemorativo que rindiera homenaje a un acontecimiento o a una persona o grupo. «Es un momento consagrado a nada, salvo al hecho mismo de su propia existencia», se afirmaba en el artículo. Eso ponía a prueba nuestra tolerancia a las cosas extrañas. Creo sinceramente que es así.
https://www.tate.org.uk/art/artists/richard-serra-1923/lost-art-richard-serra
Tilted Arc dividió la plaza en dos, aunque la intención del artista era comprometer al público en un diálogo que realzase su percepción del lugar. Eso no es lo que acabó sucediendo, francamente. Desde el mismo momento de la instalación hubo polémica. Muchos días, cuando bajaba a almorzar, me sentaba cerca de la mesa del juez Edward D. Re, del Tribunal de Comercio Internacional, situado también en Federal Plaza, y lo oía dar rienda suelta a su beligerancia contra la escultura. Escribió a la ASG para pedir que no la fijasen permanentemente en la plaza. Tal vez me contagió su fastidio. Algunos de los que trabajaban en las cercanías empezaron a quejarse de que su empleo les resultaba agobiante y depresivo. Recuerdo que la crítica de arte de The New York Times, Grace Glueck, calificó Tilted Arc como «la obra de arte al aire libre más fea de toda la ciudad», y puesto que hablábamos de Nueva York, la escultura se situaba en una cima muy poco apetecible.
Fuente: https://publicdelivery.org/richard-serra-tilted-arc/
Algunos se quejaron de que la gente la usaba para orinar y propusieron trasladarla a una chatarrería, incluso arrojarla al Hudson. Ningún testimonio resultó tan estrambótico como el de un especialista en seguridad que declaró que la escultura era un artilugio terrorista que alguien muy bien podía utilizar para dirigir la onda expansiva de una detonación hacia el edificio Jacob K. Javits.
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