Antes de sus cabezas y de sus invisibles existió un Jaume Plensa que arrancaba de lo conceptual y buscaba maneras de conectarse con el espectador de una forma emocional, íntima, pese a la monumentalidad de las instalaciones.
Esta vez son cinco cabinas creadas con sillares de alabastro que, iluminadas desde dentro, derraman una suave luz hacia el exterior.
Si deambulamos entre ellas encontraremos puertas semiabiertas que nos dejan ver su interior, tan sólo ocupado por una escuela banqueta.
¿Entramos?En su interior hay una luz fría y un sonido extraño, repetitivo, el del flujo sanguíneo (pero que también puede ser el de un látigo, de una extraña tortura, pues al menos eso me pareció a mi).¿Reflexión sobre nuestro interior? ¿Cuál de ellos, el de la vida, la muerte, el dolor?
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