Este cuadro, realizado durante su ajetreada estancia en Malta, resulta, ante todo, perturbador.
En él nada queda de la ambigua felicidad de su juventud (Amor vinci), y aunque algunos analistas han querido ver en él una típica poesía mitológica (el amor que duerme, el fin de los deseos que lleva a la paz), la fuerte carnalidad del cupido, el aura de tragedia que envuelve su sueño que (observando la cara) no nos parece demasiado plácido, nos están susurrando una futura tragedia?
Una lucha interior entre la belleza y los instintos, un mundo sórdido que una y otra vez aparece en los cuadros de estos años, como si la realidad estuviera ganando la partida al arte.
Algo perturbador, ciertamente, su escorzo forzado y ese oscuridad cada vez más espesa y vibrante que ya no es sólo sombra y tiene cualidades táctiles de amenaza
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