Con una estética radicalmente pop tomada de Roy Lichtenstein y una ética posmoderna, punzante e irónica, Greg Guillemin proyecta un nuevo punto de vista sobre los superhéroes (y hasta los seres de cuento).
Los busca en sus momentos privados, fuera de los focos, y los encuentra hurgándose la nariz o con los pantalones bajados, sudados, sedientos, manchados...
Todo su poderío se esfuma y su divinidad desaparece como ya hicieron los artistas griegos del siglo IV a C, con Venus pilladas al salir del baño o atletas que se limpian el barro tras la competición.
Todo entonces se iguala y los superhéroes (igual que los dioses, inventados para sublimar las miserias de nuestras vidas) se convierten en los espejos de nuestra realidad menos glamurosa, se humanizan en lo ridículamente cotidiano.
Aparece así uno de los rasgos típicos de nuestro mundo: la externalización completa de nuestras intimidades (de hecho, el encuadre de sus obras nos convierten en mirones sobre víctimas que no conocen nuestra presencia), entre ellas también las sexuales.
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