martes, 8 de marzo de 2022

MIGUEL ÁNGEL. LA BATALLA DE CASCINA

 













Imaginaros un cartón varios metros de anchura más que el Guernica, con figuras mayores al natural, sólo en blanco y negro, que ocupaban una sala entera junto a San María Novella.

Este sería el cartón preparatorio que nunca se llevó a la pared: la Sala de Los Quinientos del Palazzo Vecchio, junto enfrente a la batalla de Anghiari, un proyecto que Leonardo inició pero terminó por abandonarlo, igual que Miguel Ángel, llamado por Julio II a Roma.

De ambas obras (que muy probablemente habrían llegado a ser la culminación absoluta del clasicismo) sólo nos quedan una copia de una copia hecha por Rubens para la obra de Leonardo, y la copia (sólo en su parte central) de Bastiano Sangallo para el de Miguel Ángel.

Ambos pertenecen a un programa de exaltación de la república florentina (en la que también estaría incluido el recién terminado David) que narraran, en el lugar de su poder (el ayuntamiento del palazzo Vecchio), dos batallas importantes que crearían el poder de la ciudad.

La de Cascina, entre Florencia y Pisa, que Miguel Ángel representa de una forma radicalmente nueva. Acaso para huir y oponerse a la representación puramente guerrera de Leonardo, toma un momento casi anecdótico: los florentinos se bañan en el Arno para refrescarse del calor hasta que uno de ellos, Marino Donati, da la alarma ante un ataque enemigo.

Se crea así un momento previo de tensión, anterior a la batalla (igual que ocurría en el David y más tarde en el Moisés) que permite a Miguel Ángel la exposición del desnudo masculino en todas sus posibilidades (recordad, con figuras mayores que el natural)

Es todo un torbellino de actitudes que recuerda los frescos de Signorelli  en el duomo de Orvieto y a su vez anuncia las multitudes del Juicio Final de la Sixtina (aunque aún con la idea de la belleza como base del arte que posteriormente irá cambiando para lanzarse hacia la expresión y el drama).


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