jueves, 23 de abril de 2020

CHILLIDA. LOS ALABASTROS


Uno de los últimos grandes materiales que encontró Chillida para sus trabajos fue el alabastro.

Con ellos realizó alguna de sus piezas maestras (como elogio de la luz o del mar) en donde desaparecían los grandes formatos de su época anterior para centrarse en pequeños tamaños en donde se seguían desarrollando algunas de sus ideas anteriores y aparecían otras nuevas.

Entre las búsquedas anteriores se encontraba el trabajo sobre el vacío interno que en estos alabastros llega a una exquisita complejidad, pues ya no se tratan de simples huecos en donde atrapar el vacío, sino de toda una arquitectura interior que progresa en las entrañas de la roca, obligándonos a agacharnos una y otra vez para buscar las aperturas y dejarnos llevar por sus laberintos (en algunas ocasiones estos se encuentran despejados y a pleno alcance de la mirada del espectador, aunque, a mi modesto juicio, carecen de la magia de los tallados en el interior).





En todo este proceso nunca se nos mostrará una visión total, sino pequeños fragmentos que luego (aunque sea tarea casi imposible) deberemos reconstruir en nuestra mente. Un geografía imaginaria de estancias y espacios que, como sueños del interior de la roca, nos está permitido conocer aunque sólo sea fragmentariamente.


Por otro parte, y como siempre en Chillida, el propio material establece sus normas, y el escultor juega con las texturas, dejándonos su cáscara dura y áspera en el exterior, como una afirmación de la pura realidad, y la contrapone a unos acabados de un pulido extraordinariamente suave.
Gracias a ellos consigue un pequeño milagro de luz, la que desprende y deja traspasar el propio alabastro. 



 Una luz suave, lenta, maravillada.
































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