miércoles, 15 de febrero de 2012

Karma Chameleon o la posmodernidad


Descubro con sorpresa en un maravilloso blog que esta canción, que fue uno de los iconos de los ochenta (por  lo menos de MIS ochenta) ha sido elegida como una de las obras en la exposición  Posmodernism. Style and subversion 1970-1990  del  Victoria and Albert Museum, Londres , una retrospectiva que intenta recrear y entender el concepto de posmodernidad, una de obsesiones artísticas desde hace años.

Claro, cuando la canción nos fascinaba ni siquiera sabíamos lo que contaba, y mucho menos que terminaría por convertirse en un icono de lo posmoderno.

No conocíamos los conceptos de arte impuro o de ambigüedad, aunque Boy George nos fascinaba con su estética radical (ahora que conocemos un poco más, ¿no os recuerda demasiado a Rrose Selavy de Marcell Duchamp?)

Sólo nos quedábamos con su melodía alegre y melancólica a la vez que,  viendo la traducción de su letra, resulta ser mucho más posmoderna de lo que sabíamos (bueno, no lo sabíamos, pero éramos hijos de aquello sin saberlo). Contradicciones, sin convicciones, vienes y vas, entras y sales, ¿dónde  han quedado las certezas maravillosas o terribles de las canciones de amor?

Y es que no conocíamos que lo andrógino era una de las traslaciones típicas de la posmodernidad derivadas de los estudios culturales

Ni que visión desprejuicia de la historia lo era después que Deleuze o Foucault rompieran las categorías (simplemente fijaros en esos negros que conviven con los blancos en un Misissipi sureño increiblemente armonioso; en las coristas y los caballeros y las damas, todos juntos y sin distancias, o el propio ladrón, que no es el negro campesino sino el caballero distinguido)

Ni eso ni la estética de pastiche, pues todavía faltarían algunos años para que conociera a Koons

Nosotros nos emocionábamos tan sólo, incluíamos la canción a nuestras vidas, íntimamente ligada a ciertas primeras experiencias de alegría/dolor, miedo/atracción, sin saber que las emociones eran el nuevo reino del arte que ha perdido las grandes utopías y quiere vivir una adolescencia perpétua.

No sabíamos que había empezado el tiempo de lo lúdico, de no tomarnos en serio nada, pues nada existe verdaderamente. No lo sabíamos, pero lo hacíamos.
Pues sin saberlo, acaso ya éramos posmodernos o simplemente adolescentes








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