A pocos pasos de la plaza Mayor
de Madrid existe un lugar de larga historia que ha vuelto a recuperar su
vitalidad. Pues fue mercado de arrabal desde finales de la
Edad Media (en realidad toda la zona que
sería la Plaza Mayor
y su entorno). Más tarde sobre el lugar fue erigida una iglesia (San Miguel de
los Octoes) que fue eliminada con las reformas de José Bonaparte (el llamado
rey plazuelas), volviéndose a convertir en una plaza de mercado.
Ya en el siglo XIX, en la zona se
edificó un mercado según los cánones de la arquitectura del Hierro y el Cristal, siendo inaugurado definitivamente a principios del XX.
Al modo de les Halles parisinos,
el Born o la Boquería
barcelonesas o los mercados valencianos, su estructura se organizaba sobre
delgados pilares de hierro fundido que sustentaban un tejado a dos aguas con
tres largas y estrechas naves.
Como ya analizamos aquí en relación con el Born, aunque la estética fue funcionalista, no por ello dejaron de aparecer recuerdos historicistas en sus capiteles, cresterías superiores…
Pero la historia del mercado no
quedó aquí.
Poco a poco su actividad
comercial se fue perdiendo a la vez que se degradaba su entorno y se convertía
(como grandes partes del centro) en zonas de temor que sólo eran cruzadas por
algunas avenidas comerciales (y solo en ciertos momentos del día).
La paulatina regeneración de los
centros históricos se fue produciendo a partir de finales de los 80 (en gran
parte gracias a los fondos europeos, a través del programa URBAN). Con ella
llegó el turismo cultural y una progresiva gentrificación de estas zonas (que
de zonas de chabolismo vertical se reconvirtieron, gracias a reformas y rehabilitaciones, en objeto de deseo de ciertas clases sociales elevadas –
cuello blanco – que buscaban en el casco histórico centralidad de servicios y
un cierto status cultural y selecto).
Dentro de este proceso (y siendo
el único de los mercados de Hierro y Cristal aún en pie en la capital), la Comunidad hizo un
intento de regeneración, con una fuerte intervención para volver a reabrirlo en
1999.
Fue el momento en el que se
acristaló su perímetro y se recuperó sus formas originales, pero no llegó a
triunfar.
El mercado volvió a cerrarse sin
que la zona terminara por recuperarse (se convirtió en una bolsa de mendicidad poco
frecuentada), hasta que en el 2009 vuelve a reabrirse bajo un nuevo concepto:
buscar la exquisitez sin perder lo informal. Los puestos tradicionales del
mercado han desaparecido, encontrándose otros de delicatessen que, además,
permiten el tapeo en una versión novedosa. Cada establecimiento se especializa
en un producto (vinos, dulces, bacalao, arroces, ostras, cafés…) que se pueden
combinar en las mesas centrales.
Evidentemente se ha visto
beneficiado por el auge del turismo cultural (muy potente en Madrid, en gran
parte gracias al AVE) y su posición junto a la Plaza Mayor.
Pero a su vez, y tras su éxito,
cada vez más se está convirtiendo el propio mercado en una locomotora de cambio
del entorno, abriéndose nuevas tiendas gastronómicas y bares que han colonizado
las plazas cercanas con sus terrazas.
Esta es la pequeña historia de
uno de los reclamos turísticos del Madrid actual. La de un mercado y un entorno
que está cambiando a pasos agigantados y que ya ha empezado a tener imitadores
(como el reciente mercado de San Antón).
Un buen lugar para reflexionar sobre la ciudad y sus cambios pero, también, como alerta, pues el único problema futuro del mercado puede ser el de morir de éxito, cada vez más saturado.
Para saber más
Mercado de San Antón. Chueca. Madrid
Un buen lugar para reflexionar sobre la ciudad y sus cambios pero, también, como alerta, pues el único problema futuro del mercado puede ser el de morir de éxito, cada vez más saturado.
Para saber más
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