Leonardo era, antes que pintor, era músico, tal y como se presentó en la corte de los Sforza en Milán. Y tramoyista, e ingeniero, e inventor, físico, químico, creador de armas, maestro de ceremonias, sastre... y cocinero.
Precisamente a esta faceta (que desarrolló especialmente en la corte milanesa) va dedicado este libro. (Y es que es poco conocido que Leonardo, en comanda con Botticelli, regentará varios restaurantes en el mismo Ponte Vecchio, los Tres Caracoles y La Enseña de las tres ranas. En él intentará una verdadera nouvelle cousinne que poco éxito tendrá)
Extraido del códice Romanoff es libro es un maravilloso repaso de la mente y los intereses de Leonardo.
Comienza con sus recetas. Él, un vegetariano convencido, tuvo que realizar todo un arte culinario para satisfacer a su mecenas Sforza. Desde las fastuosas patas de vacas (enteras) a lo Bernardo a las recetas de polenta (plato sumamente habitual en la época), Huevos a la Salai, cabra con gelatina, anguila, testículos, mermeladas, sopas, ensaladas, las famosas flores de calabacín (fior de zuchine)
Una segunda parte está dedicada a los consejos en donde se entremezclan ciencia y magia, aunque encontraremos verdaderas sorpresas que cualquier dietista de hoy en día da como ya supuestas. (En este apartado, como buen renacentista, hay un hueco para los venenos, que según la leyenda tuvo que emplear en la práctica)
En los inventos culinarios aparece el Leonardo ingeniero, con fantásticos diseños (descomunales, posiblemente utópicos) para cocinar los grandes banquetes. Sierras accionadas por ocho caballos que que llevaba los troncos al horno, fregadoras de suelo, moledores de vacas, e incluso un sistema antiincendios). Entre sus grandes inventos está la conversión de la pasta traida de China de Marco Polo (entonces casi utilizada como decoración) en los actuales spaguetti
El último, Modales y usos de la corte, nos remite al Leonardo cortesano en esa nueva sociedad en la que la sofisticación es un adorno más que deben portar los grandes.
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