sábado, 14 de septiembre de 2019

LA CABINA. El resumen de nuestros más íntimos pánicos



Mucho antes de matar a Chanquete en Verano azul, Antonio Mercero exploró nuestros pÁnicos más particulares encerrando a López Vázquez en una cabina de la que jamás saldría.

(Y este es el momento en donde nos abandonan millennials y centennials pues hay demasiadas cosas raras: un Verano Azul que tuvo otros colores no tan brillantes, un Chanquete que no era un pez sino el abuelo que siempre nos gustaría haber tenido, una cabina que era un móvil quieto, en medio de la calle, José Luís López Vázquez, un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo)

Para los que aún continúen, si no la han visto pueden hacerlo aquí, y así evitar cualquier spoillers.

Verla para sentir qué poco le hace falta a un genio para contarnos lo frágiles que somos frente los dinosaurios propios, qué cerca está el infierno de las cosas más cotidianas.

La película (mediometraje puesto en la televisión) tuvo tal éxito que el propio mercero tuvo que hacer unos anuncios pagados por telefónica en donde nunca se quedaba nadie encerrado.
Y aún así (seguro que muchos lo recordáis) la mayoría de nosotros ponía un pie en la puerta para que no se cerrará, no fuera a ser... No fuera a ser que la realidad no fuera tan previsible como pretendíamos pensar y tuviera grietas ocultas que podían abrirse con un solo despiste.
¿O acaso era otra cosa?
Pues su terror provenía de varios lugares.
Primero de su propia cotidianidad. No me hacían falta ni monstruos para lanzarnos a los infiernos. Al revés. Tanta normalidad lo hacía todo mucho más pavoroso.
Había también otro lugar de angustia. Las preguntas sin respuesta. No había contestaciones en la película. ¿Por qué no funciona el teléfono ni se abre la maldita puerta? ¿Por qué nadie podía forzarla? ¿A dónde se lo llevan?, ¿por qué vuelven a ponerla?
A mi particularmente la pregunta que más terror producía era: ¿Por qué ocurría todo esto? ¿Era un simple fallo de la compañía que se llevaba a los encerrados a aquel terrible cementerio en donde terminarían por morir para que nadie se enterase o era una estrategia?
Y realmente aquí pasamos al terreno de las puras elucubraciones, pero lo cierto que esas cabinas tenían mucho de las vergoñas medievales, una jaulas en donde morían los ajusticiados.
Pues si todo era una pura estrategia de eliminación, ¿por qué había de matarlos de aquella manera tan horrible? Y, ¿a quién y con qué motivos se elegía como sus víctimas? (Si no lo hacían y sólo jugaba el azar todavía era más terrible)
A lo largo de los años he escuchado múltiples interpretaciones. Desde una asombrosa sobre la divinidad con el helicóptero como Espíritu Santo a la más habitual: una especie de fábula política de nuestra primera transición, llena de múltiples peligros que acechaban en los lugares menos pensados.
Tal vez pudo haber habido algo de eso, pero a mi me sigue pareciendo que Mercero (y Garci, que intervino en el rodaje) solo quisieron establecer un catálogo de nuestros pánicos más profundos (el miedo al ridículo público, la angustia al porvenir, la incapacidad de poder luchar contra el destino, la inseguridad absoluta sobre lo que puede pasar un minuto después,... y en último término la soledad que siempre nos acompaña.


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