miércoles, 29 de enero de 2020

AQUELLAS PRADERAS AZULES . Diana (2). Faemino y Cansado. Cara y cruz

DALE AL PLAY, ESCUCHA LA HISTORIA DEL CORDERO Y LUEGO LEE ESTO

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Conocer a Diana fue jazz pero también Faemino y Cansado, aunque no Pedro Reyes. 

Fue una nueva forma inteligente y ácida de ver el mundo que hizo de estropajo en mi alma y la limpió de los Hermann Hesse y lobos esteparios que aullaban aún en mi pecho, pues tanto Nietzsche y Malher en los últimos tiempos me había hecho demasiado daño, recluyéndome en un doloroso reverso tenebroso, más cuando aún no había descubierto a Pessoa para dejar la mierda en un solo heterónimo, librando al resto de mi de angustia. 

Por eso, y a pesar de las angustias de un soul que sólo podía oír, Faemino y Cansado fueron toda una navaja suiza que me sirvió de tanto, por lo menos hasta descubrir que cuando amanece, ya es bastante. 

Con ellos comprendí la importancia de los corderitos y la forma correcta de colarse, pero también que todo se puede volver tan ridículo como necesitemos para conseguir la distancia oportuna, algo que, sin embargo, ninguno de los dos conseguimos hacer con nuestros problemas de pareja. 

Pero eso, supongo, es otra historia que sólo nos pertenece a nosotros dos. 

Ni siquiera quise contárselo ni a Solsona ni a Ciprian por mucho que insistieron, especialmente el segundo, que siempre anduvo enamorado de ella, pues en realidad Diana lo merecía y, según va pasando el tiempo, veo que jamás volveré a conocer a alguien como ella. 
A veces, aún hoy, me duele saber que lo único que nos ocurría es que no estábamos hechos uno para el otro, pero en el fondo siempre estaré agradecido de haber compartido esos nueve meses y volver a reencontrar mi risa mientras escuchábamos sus monólogos que, de tan absurdos, tantas cosas decían sobre lo más cotidiano. 

Pero todo tiene un reverso, igual que la Fuerza, como el que sucedió aquella tarde en el parque de atracciones.
Era la primera vez sin padres ni niñez, montando en todo lo que nos placía hasta las 9 en las que actuaban en el auditórium. 
Estaban también Ciprian, Solsona, Lucas y unas amigas de Rodrigo que terminaron por aguar la fiesta, una con su borrachera de órdago, la otra con aquellas insinuaciones continuas y la minifalda más corta del recinto que molestó a todos hasta conseguir sentarse a mi lado. 
Desde entonces apenas paró de hablar y reírse mientras su mano tonta se apoyaba en mi pierna que agarraba con firmeza en cada chiste
Qué calor hacía, por Dios, y yo me enjuagaba el sudor con el antebrazo mientras intentaba girarme hacia Diana y hablarle de cualquier cosa ante su mirada cada vez más petrificada
- Cor-de-ri-to. Cuatro sílabas ¿Eso sí puedo comerlo, verdad? 
Pues no, parecía que no podía hacerlo, pues por primera vez desde que la conocía, Diana perdió los papeles y sin decir esta boca es mía se levantó y se dirigió a la salida , dejándome plantado sin la más mínima explicación. 
Tras un momento de indecisión Ciprián salió tras ella, pero esto aún fue peor, pues al alcanzarla ella se dio la vuelta y gritó lo suficientemente alto:
-¡Que se la folle de una vez y deje de babear!
Lo dijo tan alto que hasta Faemino la oyó encima del escenario y con su cara de palo seco, todo vestido de puntillas, le dijo a Cansado. 
-Creo que vamos a tener que cambiar de sitio porque el espectáculo se ha trasladado a ese otro lado. 
-Ya lo veo. Sácate el puro de las grandes ocasiones y dale otro tiento al sol y sombra. 
Pero eso no lo oyó ella que se había zafado de Ciprián para salir definitivamente del auditorio, mientras yo me quedaba clavado en mi asiento presa de un ridículo mundial, haciendo que me seguía riendo para evitar ser reconocido por los cómicos que pronto (afortunadamente) cambiaron de tema y comenzaron a entrevistar (Cansado) a un mamut (Faemino) hasta que alguien del público (que decía ser biólogo) destapó la impostura ante una carcajada general con la que terminó la actuación. 
Yo entonces, por un instante...
En un momento pasé mi brazo por su espalda empapada de sudor y pensé en ¿Por qué NO? 
Y tal vez lo hubiera hecho si Ciprián no hubiera pasado por allí y como el que espera en un semáforo, dijo muy serio:
-¿Se puede saber qué han hecho los romanos por nosotros además del acueducto, las termas, la seguridad, las calzadas... ? 
Y sin esperar mi respuesta tirò de mi sin contemplaciones camino al metro. 

Fue este nuestro primer distanciamiento, y volvimos a casa en el mismo vagón pero cada uno en un extremo. 
Yo no quise acercarme pese a las llamadas de Ciprián pues (consideraba) no había hecho nada (definitivo) de lo que pudiera arrepentirme. Qué culpa tenía yo de que alguien me tirara los tejos. 
Ni siquiera le había dado excesivo carrete aunque la chica era espectacular. 
El asunto, creo, era otro, y estaba en ella más que en mi. Eran todas aquellas prohibiciones ante algo que con Sabrina había más o menos normalizado, aunque siguiera rodeado de tabúes y silencios
¿Por qué tanto miedo a unos simples toqueteos? 
Nadie se iba a morir con eso, ¿no? 
¿O es que en fondo Diana había visto en ellos un espejo que jamás nos reflejaría a nosotros? 

La pregunta se me quedó clavada dentro, y pronto perdió sus signos de interrogación para convertirse en una pura ansiedad ante un destino que, ¿sería capaz de asumir el no... ? 
Solo plantearlo me producía vértigo.


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