lunes, 27 de enero de 2025

Las calles de Pompeya (1)

 















¿Por qué las aceras de la ciudad eran tan altas? Podemos dar dos respuestas. Y las dos abren ante nuestros ojos una visión de las calles pompeyanas que curiosamente chocan con el estado en el que se encuentran hoy día, habitualmente limpias, brillantes y aseadas, una pulcritud que solo se ve interrumpida de vez en cuando por alguna botella de agua abandonada o algún plano perdido de la ciudad. 

La primera de esas respuestas es la suciedad. Los historiadores están divididos con respecto a lo sucia que deberíamos imaginar que era por término medio una ciudad romana, en gran parte porque —como de costumbre— los testimonios que encontramos en los autores antiguos son ambivalentes. Por un lado, tenemos las quejas de Juvenal, poeta satírico romano que hizo de la indignación su oficio y dirigió su bilis, entre otras cosas, contra el estado de las calles de la propia capital. Juvenal despotrica vívidamente de los peligros que supone dar un paseo nocturno por la ciudad, entre las altísimas casas de pisos que flanquean las calles: Considera ahora otros peligros diversos, los de la noche. El espacio que queda hasta el nivel de los tejados, desde el que un tiesto te hiere el cráneo cada vez que por una ventana se caen vasijas rotas y desportilladas; mira con qué potencia marcan y agujerean la losa en la que dan. Te tendrán por un necio y por un incauto ante accidentes súbitos si acudes a una cena y no has otorgado testamento. Los peligros se cuentan por las ventanas que en tal noche estén abiertas y vigilantes a tu paso. De modo que formula un deseo: llévate contigo este anhelo miserable, que se contenten con vaciar sus anchos bacines. 



Más desagradable incluso es la anécdota contada por el biógrafo Suetonio acerca de un incidente ocurrido al comienzo de la carrera del emperador Vespasiano, muerto pocos meses antes de la erupción del Vesubio. Se contaba que en cierta ocasión, mientras almorzaba, un perro sin amo entró en su casa y arrojó debajo de su mesa una mano humana que había encontrado en una encrucijada próxima. Para Suetonio semejante anécdota no representaba una crítica del estado en que se encontraba el barrio, sino un presagio de la futura ascensión de Vespasiano al poder (pues la palabra latina manus, «mano», significaba también «autoridad»).

Pompeya (Beard_ Mary)


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