martes, 18 de junio de 2019

LA VILLA DE LERMA. UNA CIUDAD PARA UN VALIDO

Esta antigua ciudad medieval sufre un impresionante desarrollo urbanístico cuando Francisco de Sandoval, antes conde y luego duque de Lerma, accede a la dignidad de valido de Felipe III.

A partir de entonces se constituye (junto a Madrid y, eventualmente, a Valladolid) en corte virtual de los Austrias en donde el rey pasa largas temporadas en compañía de su valido.

El epicentro de las reformas será el palacio, construido sobre el antiguo castillo. 
La primera reorganización del mismo la realizará Francisco de Mora, siendo su sobrino, Gómez de Mora quien termine por regularizarlo con una gran fachada a la manera escurialense y cuatro torres con chapiteles en sus ángulos (un símbolo sólo posible para los reyes, lo que nos habla del poder del valido).

En su interior destaca su patio clasicista de doble piso (con el segundo cerrado)



Ante ella se crea una amplia plaza porticada como lugar de representación (comedias, toros, festividades religiosas, desfiles...)


El poder que representa este palacio se une a la religión (como era habitual en la casa de Austria) por lo que se suceden las fundaciones religiosas, con la colegiata (lugar de enterramiento) y varios conventos (San Blas, Santa Teresa, Santa Clara, Madre de Dios...).


Colegiata

Convento de la Madre de Dios
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Convento de Santa Teresa

En todos ellos vemos el trabajo de Francisco de Mora y el de fray Alberto de la Madre de Dios que plantean una arquitectura desornamentada y limpia, de grandes y claros volúmenes en la que el escudo del duque se repite incesantemente como forma de propaganda.
Convento de San Blas

El conjunto tiene una novedad sumamente interesante: la creación de una larga galería alta que conecta sus principales monumentos prevista para los desplazamientos del rey en su palanquín (es, una vez más, la idea del monarca oculto, casi como un concepto abstracto, heredada de Felipe II)





El plan se completaba con una doble zona en la actualidad por completo desaparecida. 

Aprovechando el talud oeste se crea una zona de jardines hacia el río y, en uno de sus extremos, una zona boscosa dedicada a la caza (una de las pocas aficiones del monarca)














Todo ello consigue un conjunto urbanístico que se encuentra a caballo entre el mundo manierista (aún secreto y desornamentado, con múltiples células comunicadas de una forma más conceptual que visual) y el mundo barroco




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