Su nombre proviene del verso de Valery y consiste en una buena cantidad de obras que se esconden y (cuando son encontradas por el espectador) dialogan con la arquitectura y las colecciones del Museo.
En estas obras encontramos algunos referentes habituales en su obra, como la idea del ciborg.
En fotografías digitales, proyecciones o grabados láser en cristal, la artista nos plantea nuevos seres femeninos en evolución hacia la naturaleza (como las perlas que surgen en sus rostros como microcosmos vegetales o las flores casi submarinas de su Dafne), las estrellas (como sus anatomías en cristal) o la simple telas (la segunda piel recamada de oros y bordados que genera la propia sustancia del cuerpo).
Son mujeres sin gestos, tan bellas como imposibles, lejanas, algo terribles en su perfección que nos miran desde su mundo virtual sin enseñarnos nunca su interior gélido.
Encontramos también una vena barroca que también nos aparece en algunas obras recientes
Es un mundo de artificio, de sensualidad visual, riqueza, pan de oro, tejidos bordados.
Sus obras recurren a la retórica, a la redundancia y el exceso, atrayéndonos para luego repelerlos, pues sólo es profunda la piel, y detrás suyo acaso no halla vida.
Hay constantes alusiones al arte (del retrato, de la divinidad del pan de oro, del estofado gótico y barroco, de la mitología de Danae, de los árboles flamencos, de los sueños hidraúlicos llenos de flores que recuerdan a Pérez Villalta.
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