Evidentemente, tal y como vamos viendo en estos post, el espíritu religioso de Veronés nunca pareció de gran calado, y a veces nos obliga a sospechar que la religión era una simple excusa para hablar de otras cosas (desde el lujo al puro gozo del color o la perspectiva).
En esta obra de la Academia es evidente como lo que realmente le interesaba era crear una pura arquitectura pintada, como si quisiera emular a su amigo Palladio, con su punto de fuga inmaculado en el centro, su juego de distintas columnas que nos marcan los tramos del espacio en profundidad, el magnífico solado, la correspondencia y diferencia de sus edículos centrales o la recreación de un jardín (imposible en Venecia)
Una pura reconstrucción visual de una Venecia clásica que nunca podría ser, como la que años antes había realizado Tintoretto en su Lavatorio, aunque sin ninguna de sus tensiones espaciales o lumínicas. Pura paz de mármol en donde casi sobra el tema religioso.
El Greco recordará estas obras en su primera etapa veneciana.
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