La experiencia del Equipo Crónica siempre ha ha estado presente en la obra de Manolo Valdés en solitario, especialmente su sutil pop siempre en el filo de la posmodernidad en donde retoma los referentes culturales (especialmente hispanos) para re-presentarlos.
Entre ellos se encuentra las Meninas, obviamente, a las que una y otra vez ha regresado por su capacidad de símbolo nacional con sus terribles guardainfantes que ha reconvertido y grandes campanas de fuerte estabilidad (y terrenalidad) que, más allá del sucinto talle, se vuelve femeninas y aéreas para (en un nuevo giro de tuerca) anonimizarse en sus caras sin rasgos, como una pura idea o, aún más, en una alienación tan típica de nuestras sociedades actuales.
De ellas derivaron sus famosas cabezas, ahora autónomas, en donde fluyeron nuevos significantes, desde las mujeres con tocado de Matisse a las damas de Elche o Baza o el propio Brancusi.
Pero además de todo este aspecto de juegos de significantes, todas las obras escultóricas de Valdés tienen un segundo relato (puramente contemporáneo) en donde el autor estudia aspectos puramente formales, aunque profundamente imbricados con la tradición.
Las contradicciones de peso entre lo lleno (y pesado) y el vacío aéreo al modo de Julio González o la abstracción de Chirino de alguno de sus tocados.
Las ideas de estabilidad y movimiento...
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