Entre
todos los dones que nos has dado, oh, PYME bajito, no deberíamos olvidar todo
lo que nos has enseñado sobre Historia, tú que eres especialista en pulpos, qué
magnificencia.
Cuando
tú llegaste, nosotros vivíamos bajo el régimen oriental de los más antiguos
mandarines que se encerraban en su torre de marfil y maderas nobles para
gobernar por capricho, saliendo a pasear por su gran país recostados en literas
para premiar y castigar a sus pobres súbditos con un solo (y a veces ni eso)
arquear de cejas. Nada más verlos, decíamos, nos preguntábamos si Plutón estaba
en conjunción con Saturno, pues poco más teníamos en aquel régimen de poder
omnívoro que, a veces, nos hacía comer avellanas o nos invitaba a ver películas
en horario de sábado; todo gracias a su gracia sin límites que a veces se
agotaba por nuestros terribles defectos, amenazándonos entonces con gritos y
grandes montones de curriculum.
Frente
a todo esto tu figura era la de los ilustrados frente a la degenerada corte de
Versalles. Un Montesquieu bajo pero humano que era capaz de razonar los
acontecimientos e, incluso, hacerse cargo de sus propias equivocaciones sin
buscar cabezas de turco en cualquier pasillo de la tercera planta. Eras el
verdadero y ansiado siglo de las luces, el nuevo antropocentrismo griego que
conocía todos los méritos de nosotros no porque algún pérfido traidor te los
hubiera dicho en un despacho, sino porque eras, con toda conciencia, el primun
inter pares. El Pericles que tenía un plan de gran Estado para este colegio
para hacerlo así una polis de élite.
Y
en esto estábamos cuando llegaron las Guerras Médicas y luego las del
Peloponeso que ahora se libran sin espadas (al menos físicas) pues se lucha con
paquetes de acciones.
Tras
ellas mandaste al exilio (al ostracismo sería más correcto) a los antiguos
dirigentes y te pusiste a la cabeza de todos nosotros como un Fidel recién
bajado de Sierra Maestra, entre grandes ovaciones. Elegiste entonces a tus
primeros ministros, uno al más trabajador, otro al más inteligente, como si en
realidad te interesara hacer una correcta Perestroika. Y borraste los campos de
concentración y las purgas anteriores; eliminaste el capricho e instalaste la
eficiencia, valorando los méritos. Hiciste así un país de sueño que... muy
pronto demostró ser por completo incierto.
Pues
el poder te erosionó en apenas dos años, los que necesitaste para asegurarte
que no nos marcharíamos al nuevo país surgido después de las revueltas en donde
(y esta vez sí) estaba Pericles, duro pero justo y con un don de gentes y un
carisma que tú nunca llegarás a tener por muchas exhibiciones de baloncesto o
poder intentes hacer ante tus súbditos.
Cuando ya no hubo riesgo descubriste tu mascarada.
Cuando ya no hubo riesgo descubriste tu mascarada.
Al
principio fueron cosas pequeñas pero poco a poco suficientes, y nos abroncastes
en tu despacho uno a uno para que todos nos diéramos cuenta de que eras tú
quién en realidad mandaba. Lo hiciste con los antiguos y también con los
nuevos, creándote poco a poco un círculo de desierto en torno tuyo que te
protegía de nosotros, pobres mortales. Y cambiaste tus hábitos para así no
mezclarte con nosotros, e hiciste una burocracia de estupideces que impedían
cualquier intento de hablar francamente contigo, mi comandante, Fidel ya viejo
con menos de cuarenta años.
Perdiste
así tu oportunidad, y de líder pasaste a jefe, de jefe a un paria con dinero, una
verdadera caricatura de ti mismo. Tus apariciones públicas se distanciaron y te
encerraste en el despacho y ya te has comprado una litera (nos han dicho). Ya
no hablabas de élite ni de mérito y sólo te cabían en la boca amenazas. Pues
hasta las maneras ya has perdido, y eso era una de las últimas cosas que aún te
quedaban de antaño, y entomces, ya ahora
Gritas, te vuelves chulo sin físico para poder serlo, y ya ni siquiera miras a los ojos (¿no te atreves? ¿no lo merecemos?).
Gritas, te vuelves chulo sin físico para poder serlo, y ya ni siquiera miras a los ojos (¿no te atreves? ¿no lo merecemos?).
Te
contradices en tus decisiones según sean sus resultados, y buscas cabezas de
turco, incluso entre tus más próximos que ya empiezan a estar hartos y te
chulean sin que tu lo sepas, pues ya saben que perdiste el sentido de la
realidad que antes te había adornado. Y se escaquean, transmiten tus órdenes
absurda sin creer (ni disimularlo) en ellas, pues saben que ya todo es inútil
porque has envejecido y te has vuelto repentinamente arisco, y de un Erasmo
crítico, lúcido y reformador te has convertido en un Borgia que sólo busca el
lucro personal y de los suyos. Nepotismo, ¿te suena la palabra? ¿Acaso no te
recuerda a ti mismo y tus amiguitos que te esquilman y nos putean al resto de
trabajadores, al menos honestos?
Todo
eso te ha ocurrido, nos ha pasado.
Hemos hecho en muy pocos años el camino del infierno al paraíso para volver a caer en otro tormento más doloroso aún, el del desencanto. Te hemos visto convertir en un pequeño déspota, con pocas luces además que gobierna a su antojo, olvidando que, como cualquier otro César que en el mundo hubo, tú también eres mortal. Todo el mundo lo es, no lo olvides, y hasta los grandes dictadores acabaron sus días ajusticiados por sus propios pecados.
A los malos jefes... Si alguna vez existieron
Hemos hecho en muy pocos años el camino del infierno al paraíso para volver a caer en otro tormento más doloroso aún, el del desencanto. Te hemos visto convertir en un pequeño déspota, con pocas luces además que gobierna a su antojo, olvidando que, como cualquier otro César que en el mundo hubo, tú también eres mortal. Todo el mundo lo es, no lo olvides, y hasta los grandes dictadores acabaron sus días ajusticiados por sus propios pecados.
A los malos jefes... Si alguna vez existieron
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