sábado, 9 de noviembre de 2019

LUCAS CORRALEJO. a los malos jefes.... TUS MARAVILLOSAS CLASES DE HISTORIA

          Entre todos los dones que nos has dado, oh, PYME bajito, no deberíamos olvidar todo lo que nos has enseñado sobre Historia, tú que eres especialista en pulpos, qué magnificencia.
         Cuando tú llegaste, nosotros vivíamos bajo el régimen oriental de los más antiguos mandarines que se encerraban en su torre de marfil y maderas nobles para gobernar por capricho, saliendo a pasear por su gran país recostados en literas para premiar y castigar a sus pobres súbditos con un solo (y a veces ni eso) arquear de cejas. Nada más verlos, decíamos, nos preguntábamos si Plutón estaba en conjunción con Saturno, pues poco más teníamos en aquel régimen de poder omnívoro que, a veces, nos hacía comer avellanas o nos invitaba a ver películas en horario de sábado; todo gracias a su gracia sin límites que a veces se agotaba por nuestros terribles defectos, amenazándonos entonces con gritos y grandes montones de curriculum.
        Frente a todo esto tu figura era la de los ilustrados frente a la degenerada corte de Versalles. Un Montesquieu bajo pero humano que era capaz de razonar los acontecimientos e, incluso, hacerse cargo de sus propias equivocaciones sin buscar cabezas de turco en cualquier pasillo de la tercera planta. Eras el verdadero y ansiado siglo de las luces, el nuevo antropocentrismo griego que conocía todos los méritos de nosotros no porque algún pérfido traidor te los hubiera dicho en un despacho, sino porque eras, con toda conciencia, el primun inter pares. El Pericles que tenía un plan de gran Estado para este colegio para hacerlo así una polis de élite.
            Y en esto estábamos cuando llegaron las Guerras Médicas y luego las del Peloponeso que ahora se libran sin espadas (al menos físicas) pues se lucha con paquetes de acciones.
            Tras ellas mandaste al exilio (al ostracismo sería más correcto) a los antiguos dirigentes y te pusiste a la cabeza de todos nosotros como un Fidel recién bajado de Sierra Maestra, entre grandes ovaciones. Elegiste entonces a tus primeros ministros, uno al más trabajador, otro al más inteligente, como si en realidad te interesara hacer una correcta Perestroika. Y borraste los campos de concentración y las purgas anteriores; eliminaste el capricho e instalaste la eficiencia, valorando los méritos. Hiciste así un país de sueño que... muy pronto demostró ser por completo incierto.
           Pues el poder te erosionó en apenas dos años, los que necesitaste para asegurarte que no nos marcharíamos al nuevo país surgido después de las revueltas en donde (y esta vez sí) estaba Pericles, duro pero justo y con un don de gentes y un carisma que tú nunca llegarás a tener por muchas exhibiciones de baloncesto o poder intentes hacer ante tus súbditos. 
            Cuando ya no hubo riesgo descubriste tu mascarada.

        Al principio fueron cosas pequeñas pero poco a poco suficientes, y nos abroncastes en tu despacho uno a uno para que todos nos diéramos cuenta de que eras tú quién en realidad mandaba. Lo hiciste con los antiguos y también con los nuevos, creándote poco a poco un círculo de desierto en torno tuyo que te protegía de nosotros, pobres mortales. Y cambiaste tus hábitos para así no mezclarte con nosotros, e hiciste una burocracia de estupideces que impedían cualquier intento de hablar francamente contigo, mi comandante, Fidel ya viejo con menos de cuarenta años.
            Perdiste así tu oportunidad, y de líder pasaste a jefe, de jefe a un paria con dinero, una verdadera caricatura de ti mismo. Tus apariciones públicas se distanciaron y te encerraste en el despacho y ya te has comprado una litera (nos han dicho). Ya no hablabas de élite ni de mérito y sólo te cabían en la boca amenazas. Pues hasta las maneras ya has perdido, y eso era una de las últimas cosas que aún te quedaban de antaño, y entomces, ya ahora 

         Gritas, te vuelves chulo sin físico para poder serlo, y ya ni siquiera miras a los ojos (¿no te atreves? ¿no lo merecemos?).
      Te contradices en tus decisiones según sean sus resultados, y buscas cabezas de turco, incluso entre tus más próximos que ya empiezan a estar hartos y te chulean sin que tu lo sepas, pues ya saben que perdiste el sentido de la realidad que antes te había adornado. Y se escaquean, transmiten tus órdenes absurda sin creer (ni disimularlo) en ellas, pues saben que ya todo es inútil porque has envejecido y te has vuelto repentinamente arisco, y de un Erasmo crítico, lúcido y reformador te has convertido en un Borgia que sólo busca el lucro personal y de los suyos. Nepotismo, ¿te suena la palabra? ¿Acaso no te recuerda a ti mismo y tus amiguitos que te esquilman y nos putean al resto de trabajadores, al menos honestos?
           Todo eso te ha ocurrido, nos ha pasado. 

         Hemos hecho en muy pocos años el camino del infierno al paraíso para volver a caer en otro tormento más doloroso aún, el del desencanto. Te hemos visto convertir en un pequeño déspota, con pocas luces además que gobierna a su antojo, olvidando que, como cualquier otro César que en el mundo hubo, tú también eres mortal. Todo el mundo lo es, no lo olvides, y hasta los grandes dictadores acabaron sus días ajusticiados por sus propios pecados.


                         A los malos jefes... Si alguna vez existieron

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