Lisipo pasa por ser el último gran escultor clásico y el primero helenista, un verdadero gozne en el arte clásico griego que retoma a Policleto a vez que lo niega.
Nacido en Sidón (Peloponeso) hacia el año 390 a C., su larguísma vida (90 años?) y obra será fundamental para la escultura posterior. Y lo será en varios aspectos
Por una parte copiará a Doríforo en su canon pero lo negará al cambiarlo, y de las siete cabezas pasará a las 8.
Esto podría tener un claro efecto, el alargamiento de las figuras al modo de Praxíteles, pero la situación será la contraria, pues sus esculturas sufrirán un engrosamiento generalizado de los músculos (o un empequeñecimiento de su cabeza) que tanto fascinará a Miguel Ángel.
Aparecerán así cuerpos que están adelantando algunos de los rasgos del helenismo (como el Laocoonte o los relieves de la Gigantomaquia), como podéis ver en esta copia romana (Glykio) de su famoso Hércules Farnese en Nápoles en el que la pesantez de los músculos se acentúa por la posición inestable en diagonal
Algo menos evidente (pero también comprobable) es la desproporción entre cabeza y cuerpo del Ares Ludovisi de Roma
Un segundo rasgo que caracterizará a Lisipo será su búsqueda de la expresión. De nuevo enfrentado a su maestro en la distancia (Policleto), sus esculturas estarán en este punto más cercanas a Praxíteles (por esa melancolía y cansancio tan típicos) a las que dota de rasgos de cotidianeidad y naturalismo (el pelo revuelto, el gusto por los pequeños detalles en manos y pies…)
y otros de un realismo nunca visto en el mundo griego
No es extraño que, con estas condiciones, Lisipo fuera uno de los artistas preferidos por Alejandro Magno, como ya analizamos hace un tiempo.
Esta capacidad de humanización de las figuras se potencia enormemente por el lenguaje corporal. Normalmente Lisipo elegirá el momento menos heroico de las historia de sus figuras, el momento del cansancio, del reposo.
De esta manera el cansancio, un cierto hastío que vemos en los rostros, se acentúa enormemente por las posturas de figuras que más que posar, son sorprendidas en el desánimo, una vez sucedido todo.
Rompe así el mundo ideal praxiteliano o el phatos de Skopas para ingresarnos en un mundo radicalmente distinto donde la idealización y la belleza ceden ante el día a día. Héroes cansados, perdidos, como los mismos griegos que ya conocen lo que es la derrota de toda una cultura (Toda una lección de estoicismo que tanto fascinaba a los romanos y que retomará Velázquez en su Marte Pensativo)
Pero si algo fue revolucionario Lisipo fue en su ruptura del plano frontal del clasicismo (respetado incluso por Praxíteles o Scopas) para ingresar las esculturas en un espacio propio, generado por ellas mismas.
De esta manera, la visión frontal de toda la escultura es interrumpida por ella misma, hurtándonos partes de ellas (al esconderlas tras la espalda, como el Hércules) o proyectándolas hacia el espectador en fuertes escorzos
Esto obligará al movimiento del espectador ante la figura, acción cenestésica típica de lo barroco que genera el propio espacio de la escultura
Todas estas pequeñas lecciones sobre Lisipo se pueden resumir en lo que muchos consideran su obra cumbre, el Apoxiomeno, atleta que se limpia con su strigilis el polvo tras la competición
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