miércoles, 6 de noviembre de 2019

AQUELLAS PRADERAS AZULES. Las dos Eloises

DALE AL PLAY Y LEE ESTA HISTORIA TRAGICÓMICA
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A veces las canciones tienen una vida secreta y fascinante, como ésta versión que realizó Tino Casal. 

Cada vez que la escucho es imposible no verlas y, a continuación, recordar el gusto amargo que nos dejaron en aquel verano en el que jugaron con nosotros como si fuéramos tiernos peluches a los que se termina sacando los ojos. 

Las dos se llamaban Elena, y una era morena y la otra rubia. 
En su favor hay que decir que eran dos chicas verdaderamente explosivas, al menos de cintura hacia arriba, con aquellas camisetas ajustadas en donde se podía leer hasta el último de sus lunares. 
El único problema es que ellas lo sabían, y desde el primer momento decidieron que podíamos ser un buen entretenimiento veraniego a falta de orquídeas y rolls royce. 
Tal vez por eso fue tan fácil conocerlas en el Penta, pues ellas así lo habían decidido, y nosotros éramos tan ingenuos que lo consideramos como un triunfo más (en realidad el primero) de nuestro irresistible sex appel, y aquella noche las terminamos acompañando, con nuestra moto siguiendo a la suya, a su urbanización con nombre de serie de televisión. 

La siguiente semana trabajamos duro (¡!) y pagamos muchas cervezas, cada vez más entontecidos por sus miradas picaras que sólo tiempo después comprederiamos. 
-Las tenemos en el bote - me solía decir Pablo de vuelta de la urbanización, lanzados a toda pastilla por la larga cuesta que llegaba hasta el pueblo, mientras íbamos cantando a pleno pulmón como si fuéramos Alfredo Kraus está canción que entonces no dejaba de sonar en todos los sitios. 

-Eh, Luis, que si tienes pares 
-¿El qué? 
-¿Ya estás pensando en lo único? 
-Pues si, Pablo. Para que te voy a mentir. 
Pues las Elenas nos tenían loquitos perdidos, y a Pablo también le colaban los goles de la forma más absurda cuando jugábamos al futbolín. 
-Estas atontao.
-Sí, como un gilipollas
Y echábamos sal al flan hasta que
-¡Las siete, Luis! Nos tenemos que ir a maquear
Casi una hora de chapa y pintura para luego irnos al Penta y acodarnos en la barra con aire de suficiencia que ellas en las cuatro primeras palabras nos destrozaban sin contemplaciones:
-¿Vivís aquí o qué?
Ante aquello había que levantarse como fuera y empezábamos una cháchara acelerada que nosotros considerábamos totalmente graciosa y en realidad era por completo patética. 
Marieta. 
-Vengo seca, Elena. 
-Qué casualidad. Yo también. 
Y claro, había que invitarlas a unas cervezas que ellas se llevaban para bailar en la pista mientras nosotros nos quedábamos como dos estúpidos pasmarotes, tan gilipollas como esperanzados. 
Ellas sabían mantenernos así con maestría, alimentándonos con migajas de pobre como si fuéramos pajarillos, y ahora una mirada cómplice y luego un roce de manos que a nosotros nos hacía olvidar todos los desplantes como tontos de capirote, madre
Pues realmente, la culpa era nuestra. Y más por sobrados que por ingenuos, incapaces de comprender el juego que creíamos de alta seducción y sólo era puro entrenamiento en donde ellas andaban con kilómetros de ventaja. 
Algo, sin embargo, iba apareciendo en nuestro interior, y la primera pista la dio el propio Pablo cuando las rebautizó como las dos Eloises en una charla privada que nos hizo fijarnos más en la letra de la canción y toda su desesperación.
Fue así como lentamente empezamos a comprender cómo nos llamaban por el simple placer de ignorarnos, y en los regresos en moto seguimos cantando a Tino Casal, cada vez más furiosos y ajados, pues las piezas comenzaban a encajar y se empezaba a vislumbrar que aquel puzzle estaba incompleto desde el principio y cada vez mostraba más huecos que nunca se llenarían. 
-Sí, eso parece. 
Pero no, no lo hizo, pues ese despertar de una mínima dignidad se paró en seco un día cualquiera, el que ambas Eloísas decidieron para que al fin las besaramos.
A mi me tocó iniciar y me llevé la peor parte, enredado en la misma entrada del penta en un estúpido juego con un imprendible que me me dejó la mano agujereada pero me abrió las puertas de sus labios, apenas un instante en donde la punta de su lengua tocó la mía y recordé tiempos pasados, muy fríos, intentandome convencer de lo que era imposible. 
Tras ello Pablo lo tuvo mucho más fácil, pues al ver a su amiga también se lanzó su propia Elena, y lo hizo con tal entrega que le dejó levitando todo lo grande que era. 

Ay, Eloise.
Qué bella y traidora. 

Todo lo que habíamos empezado a sentir se fue por el agujero del desagüe y volvimos a ser unos completos idiotas en sus manos, unas bonitas marionetas con las que jugaron durante semanas con los besos racionados como si andáramos en una posguerra sin fin de pan negro y las manos quietas, Luisito, con las cintas exteriores del sujetador como campos minados en aquella urbanización que tenía nombre de wéstern a la que cada noche las acompañábamos hasta el final del verano,
cuando con la primera tormenta de agosto ella me dijo:
- Mira, Luis, que no.
Y su amiga:
- Mira, Pablo, que tampoco. 
Una escena miserable que tal vez no fue así, pero así nos lo pareció, cuando el mundo de unicornios rosas (pero también de deseos nada castos) se empezó a derrumbar en el aire de repente frío, lleno de hormigas con alas que revolotearon sobre nuestras cabezas mientras ellas se volvían a montar en su moto y se alejaban entre grandes setos de arizónicas mientras nosotros salíamos de nuestro sueño. Del anuncio de Fa en el que habíamos vivido y ahora... 
Una simple impostura, habríamos dicho si entonces hubiéramos conocido el significado exacto de la palabra.
Pero en vez de ello:
- Las muy... 
Las insultamos, aunque los verdaderos miserables fuéramos nosotros que solo ansiábamos tocar una teta para ver si eran de nitroglicerina, creyéndonos inmortales y purpurina. 
Unos estúpidos de pañales de diseño, o acaso un puro saco de hormonas que ellas utilizaron como si fueran lacasitos, y todo:

se convirtió
en sucio polvo gris,

Pero al menos nos quedó esta canción para cantarla como poseso mientras atravesabamos la noche con la moto
Una historia estúpida a la que pronto se unía otra, acaso más verdadera en su triste patetismo que nos enseñara Jesús antes de irse , ¿verdad, Marietas? 

yo que fui a rondarle la otra noche a Marieta:
La bella la traidora, había ido a escuchar a Alfredo Kraus...
Y yo con mi canción como un gilipollas, madre.
Y yo con mi canción como un gilipollas.



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