La Segunda Guerra Mundial se convierte en un verdadero muro que separa los dos artes contemporáneos.
A nivel económico global, el poder pasa de una exhausta Europa a unos triunfantes EE UU que aplican su lógica capitalista a todos los sectores, incluido el del mercado artístico.
De esta manera, el arte se convierte en una mercancía más que hay que rentabilizar a través de un sistema logístico (galerías, casas de subastas, marchantes) y propagandístico (publicidad, universidades, críticos y comisarios).
El arte se cosifica y se mercantiliza ante lo que numerosos artistas (especialmente en la década de los 60 y 80) plantearán nuevos procedimientos (que podríamos englobar en una concepción amplia del arte conceptual) que buscan desmaterializarlo, convirtiéndolo en idea o proceso (aunque su propia captación fotográfica o cinematográfica se convierte en el nuevo producto que no cesa de crecer, convirtiéndose en una nueva fórmula de inversión (especulativa en muchos casos)
Junto a ello, el museo contemporáneo aparece como nueva institución que junto a las funciones tradicionales de este organismo (conservar y exponer un patrimonio cultural) se convierte en todo un nuevo legitimador de las distintas corrientes, ya sea por su compra, ya por sus exposiciones temporales. (En paralelo, esta actividad de los museos se va tiñiendo más de aspectos políticos e ideológicos que utilizan el arte para su legitimación, amén de otros puramente turísticos)
Se convierte en el gran creador del gusto moderno en las masas (que luego los medios de comunicación y sólo más tardíamente el sistema educativo, completarán).
Sus orígenes hay que rastearlos en torno a los años 20 desde iniciativas particulares, aunque el primer gran modelo (imitado hasta la saciedad)será el Museo Guggenheim de 1943.
Desde los años 80, y coincidiendo con el advenimiento de la posmodernidad, el neocapitalismo y, pocos años después, de la informática y la aparición de internet, el arte sufre nuevas mutaciones que analizaremos en un próximo post.
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