sábado, 10 de diciembre de 2011

TEXTOS PARA ENTENDER EL BARROCO. PROPAGANDA



            Concilio de Trento. Sobre las imágenes

Manda el santo Concilio a todos los Obispos (…) que se deben tener y conservar, principalmente en los templos, las imágenes de Cristo, de la Virgen madre de Dios, y de otros santos, y que se les debe dar el correspondiente honor y veneración: no porque se crea que hay en ellas divinidad, o virtud alguna por la que merezcan el culto, o que se les deba pedir alguna cosa, o que se haya de poner la confianza en las imágenes (…) sino porque el honor que se da a las imágenes, se refiere a los originales representados en ellas; de suerte, que adoremos a Cristo por medio de las imágenes que besamos, y en cuya presencia nos descubrimos y arrodillamos; y veneremos a los santos, cuya semejanza tienen:
Enseñen con esmero los Obispos que por medio de las historias de nuestra redención, expresadas en pinturas y otras copias, se instruye y confirma el pueblo recordándole los artículos de la fe, y recapacitándole continuamente en ellos: además que se saca mucho fruto de todas las sagradas imágenes, no sólo porque recuerdan al pueblo los beneficios y dones que Cristo les ha concedido, sino también porque se exponen a los ojos de los fieles los saludables ejemplos de los santos, y los milagros que Dios ha obrado por ellos, con el fin de que den gracias a Dios por ellos, y arreglen su vida y costumbres a los ejemplos de los mismos santos; así como para que se exciten a adorar, y amar a Dios, y practicar la piedad.
Desea ardientemente el santo Concilio que se exterminen de todo punto; de suerte que no se coloquen imágenes algunas de falsos dogmas, ni que den ocasión a los rudos de peligrosos errores (…) Evítese toda torpeza; de manera que no se pinten ni adornen las imágenes con hermosura escandalosa.
Finalmente pongan los Obispos tanto cuidado y diligencia en este punto, que nada se vea desordenado, o puesto fuera de su lugar, nada profano y nada deshonesto; pues es tan propia de la casa de Dios la santidad. Y para que se cumplan con mayor exactitud estas determinaciones, establece el santo Concilio que a nadie sea lícito poner, ni procurar se ponga ninguna imagen desusada y nueva en lugar ninguno, ni iglesia, aunque sea de cualquier modo exenta, a no tener la aprobación del Obispo.


El primer preámbulo es composición viendo el lugar. Aquí es de notar, que en la contemplación o meditación visible, así como contemplar a Christo nuestro Señor, el qual es visible, la composición será ver con la vista de la imaginación el lugar corpóreo, donde se halla la cosa que quiero contemplar. Digo el lugar corpóreo, así como un templo o monte, donde se halla Jesu Christo o nuestra Señora, según lo que quiero contemplar. (…) Imaginando a Christo nuestro Señor delante y puesto en cruz, hacer un coloquio; cómo de Criador es venido a hacerse hombre, y de vida eterna a muerte temporal, y así a morir por mis pecados. Otro tanto, mirando a mí mismo, lo que he hecho por Christo, lo que hago por Christo, lo que debo hacer por Christo; y así viéndole tal, y así colgado en la cruz, discurrir por lo que se offresciere. (…) El coloquio se hace propiamente hablando, así como un amigo habla a otro, o un siervo a su Señor; quándo pidiendo alguna gracia, quándo culpándose por algún mal hecho, quándo comunicando sus cosas, y queriendo consejo en ellas; y decir un Pater noster

Versalles: el Resplandor del Rey Sol, Jesús Villanueva
Dentro de la etiqueta de Palacio, el momento de levantarse comportaba una ceremonia cuidadosamente reglamentada y que tenía un nombre especial: el despertar del Rey. En ese momento, el ayudante de cámara, que había dormido al pie de su lecho, le susurraba: "Señor, es la hora". Entraban entonces el Primer Médico y el Primer Cirujano para informarse de la salud regia, a la vez que daba paso a las "grandes entradas", es decir, a los miembros de la familia real. El Primer Gentilhombre de Cámara descorría el dosel de la cama y le ofrecía la pila de agua bendita y un libro de oraciones, con el que el Rey rezaba.
En la Galería de los Espejos los señores y las damas esperaban la llegada del Rey para acompañarle hasta la Capilla. Luis XIV se paseaba custodiado por cuatro guardias y un capitán que, detrás de ellos, iba recogiendo los "plácets" (peticiones escritas) de los cortesanos. El Rey atravesaba seis salones contiguos hasta llegar a la Capilla donde, a las diez de la mañana, tenía lugar la misa.
A las diez de la noche, la cena del "Gran Cubierto" Luis XIV acostumbraba a cenar en público, servidos por gentilhombres. Durante la cena, Monseñor y los príncipes se sentaban al lado del Rey, y frente a ellos las damas con título y, detrás de ellas, de pie, los cortesanos y curiosos. Cada servicio de alimentos era presentado y probado previamente por un séquito de veedores de viandas. Se presentaban en la mesa alrededor de cincuenta platos diferentes. La cena duraba alrededor de tres cuartos de hora.

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